Trauma and the Body (Pat Ogden). Summary in Spanish.

OrangeScorpion

The Living Force
FOTCM Member
Here I leave you the Spanish translation about Obyvatel's summary of the book "Trauma and the Body: A Sensorimotor Approach to Psychotherapy" by Pat Ogden. I added some examples from the book to make it more understandable. For those who are doing "The Work", this information is very useful tool, in my opinion. Recent advances in sensorimotor psychotherapy are in perfect tune with the work of Gurdjieff and Mouravieff. And finally we have the information in Spanish!!!


Aquí os dejo la traducción al español del resumen de Obyvatel sobre el libro ““El trauma y el cuerpo: un modelo sensoriomotriz de psicoterapia” de Pat Ogden. He añadido algunos ejemplos del libro para hacerlo más comprensible. Para aquellos que están haciendo “El Trabajo”, esta información es una herramienta muy útil, en mi opinión. Los últimos avances en psicoterapia sensoriomotriz están en perfecta sintonía con el trabajo de Gurdjieff y Mouravieff. Y por fin tenemos la información en español!!!
 
Tres niveles de Procesamiento de la Información (El Cerebro Triuno)


El cerebro reptiliano, el primero en desarrollarse desde una perspectiva evolutiva, regula la activación fisiológica, la homeostasis del organismo y los impulsos reproductores, y se relaciona a grandes rasgos con el nivel sensoriomotriz del procesamiento de la información, incluidas las sensaciones y los impulsos motrices programados.

Relacionado con el procesamiento emocional, el “cerebro paleomamífero” o “cerebro límbico”, que se encuentra en todos los mamíferos, circunda el cerebro reptiliano e interviene en la emoción, la memoria, determinadas conductas sociales, y el aprendizaje (Cozolino, 2002)

El último en desarrollarse filogenéticamente es el neocórtex, que posibilita el procesamiento cognitivo de la información, incluido el autoconocimiento y el pensamiento consciente, y abarca grandes porciones del cuerpo calloso, que une el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo del cerebro (MacLean, 1985) y ayuda a consolidar la información (Siegel, 1999)

Así pues, se puede considerar que los tres niveles de procesamiento de la información -cognitivo, emocional y sensoriomotriz- se correlacionan a grandes rasgos con los tres niveles de la arquitectura cerebral. A partir de cada uno de estos cerebros se originan diferentes tipos de conocimiento. El cerebro reptiliano genera un “conocimiento conductual innato: tendencias de acción y hábitos instintivos básicos relacionados con cuestiones primitivas tales como la supervivencia” (Panksepp, 1998) El sistema límbico brinda un “conocimiento afectivo: sentimientos subjetivos y respuestas emocionales a los hechos del mundo” (Panksepp, 1998). El neocórtex genera un “conocimiento declarativo [enunciativo]… información proposicional respecto del mundo” (Panksepp, 1998).

Panksepp clarifica adicionalmente la interrelación conductual y funcional entre estos tres “cerebros”: El núcleo reptiliano más interno del cerebro elabora los planes de acción instintivos básicos correspondientes a los procesos afectivos primitivos tales como la exploración, la comida, las demostraciones de dominio agresivo y la sexualidad. El cerebro veteromamífero, o sistema límbico, añade una resolución conductual y psicológica a todas las emociones e interviene específicamente en las emociones sociales tales como la angustia de separación/la vinculación social, el juego, y los cuidados maternos.El altamente desarrollado córtex neomamífero genera las funciones cognitivas superiores, el razonamiento y el pensamiento lógico.

Así pues, cada uno de los tres niveles del cerebro tiene su propia forma de “entender” el entorno y responde al mismo en consonancia con ello. Un determinado nivel en particular se puede volver dominante y anular a los demás, dependiendo de las condiciones internas y de las condiciones ambientales. Al mismo tiempo, estos tres niveles son mutuamente dependientes y están mutuamente entrelazados.

(...)

El cerebro funciona como un todo integrado, pero consta de distintos sistemas que están organizados jerárquicamente. Las funciones integradoras de “nivel superior” evolucionaron a partir de [las funciones interiores] y dependen de la integridad de las estructuras de “nivel inferior” y de la experiencia sensoriomotriz (…) Se tiene la idea de que las áreas inferiores del cerebro se desarrollan y maduran antes que las estructuras de nivel superior; se piensa que el desarrollo y el funcionamiento óptimo de las estructuras de nivel superior (corticales) dependen, en parte, del desarrollo y el funcionamiento óptimo de las estructuras de nivel inferior (subcorticales).

En muchos sentidos, el procesamiento sensoriomotriz es fundamental para los otros tipos de procesamiento e incluye las características propias de una modalidad más simple, más primitiva de procesamiento de la información que tiene sus equivalentes más evolucionados. Más directamente asociado con el procesamiento corporal general, el procesamiento sensoriomotriz incluye los cambios físicos en respuesta a los estímulos [entrada de información] sensoriales, las pautas de acción fijas que se observan en las defensas, los cambios en la respiración y el tono muscular, y la activación del sistema nervioso autónomo. Con su base en las estructuras cerebrales inferiores, más antiguas, el procesamiento sensoriomotriz depende en su forma de funcionar de un número relativamente más elevado de secuencias fijas de paso. Algunas de estas secuencias fijas son bien conocidas, tales como el reflejo de alarma y la respuesta de ataque/fuga. Las secuencias más simples las constituyen los reflejos involuntarios (p. ej., el reflejo rotuliano), que son los más rígidamente fijados y determinados. Más complejas son las pautas motrices que aprendemos en los primeros años, tales como andar y correr, y que más adelante se convierten en algo automático.

En los ámbitos cognitivo y emocional más altamente evolucionados, encontramos cada vez menos secuencias fijas de pasos y más complejidad y variabilidad de respuestas. Panksepp (1998) relaciona esta variación en la complejidad con el sistema operativo de un ordenador: Las funciones superiores son características más abiertas, mientras que las inferiores son más reflejas, estereotipadas y cerradas. Por ejemplo, las funciones vitales básicas del cerebro –aquellas que regulan las funciones corporales orgánicas tales como la respiración- se organizan en unos niveles muy bajos. Los niveles superiores permiten un control cada vez más flexible de dichas funciones inferiores…

La flexibilidad y la abstracción de la respuesta aumentan en el nivel cognitivo superior de procesamiento; la mayor fijeza y concreción de la respuesta aumentan en el nivel sensoriomotriz. El procesamiento emocional quedaría en el medio (ni tan flexible, ni tan fijo).

No siempre los tres niveles del cerebro pueden funcionar bien conjuntamente (MacLean, 1985). Tras la ocurrencia del trauma, la integración del procesamiento de la información a nivel cognitivo, emocional y sensoriomotriz suele verse afectada.

EJEMPLO
Un paciente a la que se le acelera el pulso ante la visita de un hombre alto, obeso y de mediana edad (similar en apariencia física a su tío que abusó de ella) y que siente la sensación somática que querer echar a correr, es probable que interprete que dichas reacciones sensoriomotrices significan que corre peligro. A continuación puede ver que le viene el pensamiento de que “Este hombre es peligroso”. Es probable que, a su vez, este pensamiento contribuya a aumentar la tasa cardíaca y la tensión en las piernas y los pies, generando más pensamientos del tipo de “Tengo que salir de aquí” y avivar las emociones de miedo y terror relacionadas con el trauma. Estas emociones y reacciones sensoriomotrices socavan todavía más su capacidad de valorar objetivamente la realidad actual.

El procesamiento cognitivo y el procesamiento emocional afectan fuertemente al cuerpo, y el procesamiento sensoriomotriz afecta fuertemente a las cogniciones y las emociones.
 
(Y ahora es cuando se pone interesante)


El procesamiento cognitivo

El término procesamiento cognitivo hace referencia a la capacidad de conceptualización, razonamiento, adscripción de sentido, solución de problemas y toma de decisiones. Engloba la capacidad de observar y abstraer a partir de la experiencia, de sopesar un abanico de posibilidades de actuación, de planificar el logro de los objetivos y de evaluar el resultado de las acciones. Nuestras acciones de adultos suelen reflejar la relación jerárquica del procesamiento cognitivo volitivo sobre las respuestas emocionales y sensoriomotrices. Podemos decidir (función cognitiva) ignorar la sensación de hambre y no actuar en consecuencia, aunque prosigan los procesos fisiológicos asociados al hambre, tales como la secreción de saliva y la contracción de los músculos estomacales. Dentro de la teoría cognitiva, a este predomino del funcionamiento cognitivo se le denomina “procesamiento descendente”.

Buena parte de la actividad adulta se basa en el procesamiento descendente. Señala Schore (1994, p.139) que en los adultos las “áreas corticales superiores” actúan a la manera de un “centro de control”, y que el córtex orbital domina la actividad subcortical. Podemos pensar en lo que queremos hacer durante el día, perfilar unos planes y a continuación organizamos el tiempo con objeto de satisfacer determinados objetivos. Durante la materialización de estos planes, podemos pasar por alto las emociones y las sensaciones (p. ej., la fatiga, la frustración, el malestar físico). Viene a ser como si estuviéramos suspendidos justamente encima de nuestra experiencia somática y emocional, sabiendo que está ahí, pero sin permitir que se convierta en el determinante principal de nuestros actos. Para la persona traumatizada, sin embargo, la intensidad de las emociones y de las reacciones sensoriomotrices relacionadas con la traumatización dificulta la capacidad del procesamiento descendente de dominar la actividad subcortical.

El procesamiento cognitivo está inextricablemente vinculado a nuestros cuerpos. Las sensaciones corporales, o “indicadores somáticos”, influyen en los procesos cognitivos asociados a la toma de decisiones, la lógica, la velocidad y el contexto del pensamiento (Damasio, 1994, 1999) Las sensaciones corporales de fondo que se activan durante el procesamiento cognitivo forman un sustrato sesgante que influye en el funcionamiento del individuo y en todos los procesos de toma de decisiones y todas las vivencias respecto de sí mismo. (Este es un componente del Sistema 1 de Kahneman). Si el cuerpo condiciona la razón y las creencias –y viceversa- entonces la capacidad de introspección y autorreflexión –nuestra capacidad de “conocer nuestra propia mente”- estará consecuentemente limitada por la influencia del cuerpo (Lakoff & Johnson, 1999). ¿Cómo podemos, en ese caso, abordar el conocimiento de nuestra propia mente? Si las pautas [las características más o menos fijas] que determinan los movimientos y la postura [la actitud] corporal influyen en la razón, en tal caso la autorreflexión cognitiva podría no ser la única, ni tan siquiera la mejor forma de llevar a la conciencia la forma de pensar. Reflexionar sobre la postura y los movimientos del cuerpo, explorarlos y cambiarlos puede ser igualmente valioso.

EJEMPLO
Terry vino a terapia con el cuerpo “lleno de miedo”. Tenía los hombros subidos, la cabeza encogida, el pecho tirante a causa de la respiración contenida, los ojos moviéndose rápidamente en todas direcciones, y mostraba un reflejo de alarma exagerado. Su experiencia crónica en relación con su cuerpo no confirmaba la creencia “razonable” de que su traumatización había finalizado y de que en el momento actual no corría ningún peligro. Terry dijo que sabía que estaba a salvo, pero sentía como si estuviera en peligro. En terapia, se abordaron las sensaciones y los movimientos de su cuerpo con objeto de desvelar su posible efecto sobre sus creencias, además de cambiar tanto su cuerpo como sus creencias.

En el trascurso de la terapia, Terry tomo conciencia de esta interrelación mente-cuerpo; trabajo tanto a nivel cognitivo como a nivel físico para cambiar sus creencias “incorporadas” en base a relajar los hombros, respirar de forma más profunda y sentir que sus piernas estaban firmemente arraigadas y sosteniendo la parte superior de su cuerpo. Durante esta exploración, salieron a la superficie recuerdos de la traumatización, los cuales fueron abordados y resueltos. Al cabo de varias sesiones, Terry describió un cambio en su cuerpo y en sus creencias: “¡Ahora tengo la sensación de que mi cuerpo me sostiene! Me siento más seguro cuando tengo los hombros más relajados y respiro de una forma menos superficial y menos tensa”.

El procesamiento emocional

Las emociones añaden un colorido motivacional al procesamiento cognitivo y hacen las veces de señales que nos mueven a advertir y prestar atención a determinados estímulos en particular. Las emociones nos ayudan a emprender acciones adaptativas llamando la atención respecto de los hechos y de los estímulos significativos que se producen en el entorno. (Cristal, 1978; van der Kolk, McFarlane et al., 1996). El “cerebro emocional nos mueve en dirección a las experiencias que buscamos y el cerebro cognitivo trata de ayudarnos a llegar a ellas de la forma más inteligente posible” (Servan-Schreiber, 2003). Según Llinas: “Al igual que sucede con el tono muscular, que hace las veces de plataforma básica para la ejecución de nuestros movimientos, las emociones representan la plataforma premotriz en su condición de elementos impulsores o disuasorios aplicados a la mayoría de nuestras acciones” (2001).

Las personas traumatizadas de forma característica pierden la capacidad de utilizar las emociones como guías para la acción. Pueden presentar alexitimia, es decir, una perturbación en la capacidad de reconocer y de encontrar palabras para describir las emociones (Sifneos, 1973, 1996; Taylor, Bagby y Parker, 1997). Pueden mostrarse distanciados y despegados respecto de sus emociones, manifestando un afecto plano y quejándose de una falta de interés y de motivación en la vida, y de una incapacidad para pasar a la acción. O bien sus emociones pueden ser vividas a la manera de llamadas urgentes e inmediatas a la acción; han perdido la capacidad de reflexionar sobre una emoción y de permitir que la misma forme parte de los datos que guían la acción, y la expresión de la emoción se vuelve explosiva y descontrolada.

El término procesamiento emocional se refiere a la capacidad de vivenciar, describir, expresar e integrar estados afectivos (Brewin, Dalgleish y Joseph, 1996). Habitualmente las emociones sigue una pauta fásica, que incluye un comienzo, un punto medio [un desarrollo] y un final (Frijda, 1986). Pero en el caso de muchas personas traumatizadas, el final no llega jamás. Las respuestas emocionales a estímulos muy fuertes, tales como una experiencia traumática, no parecen extinguirse (Frijda, 1986) –fenómeno éste que ha sido demostrado en la investigación con animales por Leroux, quien señala que los recuerdos emocionales pueden ser para siempre (LeDoux, 1996).

Las personas traumatizadas suelen mostrar una fijación a las emociones traumáticas de dolor, miedo, terror o rabia. Podría haber toda una variedad de razones para explicar esta fijación: negación o falta de conciencia respecto de la relación entre las emociones actuales y el trauma del pasado; intentos de evitar más emociones dolorosas; incapacidad de “pensar con claridad” (Leitenberg, Greenwald, & Cado, 1992); o incapacidad de distinguir las emociones de las sensaciones corporales (Ogden & Minton, 2000). Además, las emociones pueden estar relacionadas con una amplia variedad de sucesos pasados en lugar de uno sólo (Frijda, 1986). Todos estos elementos contribuyen a revivir de una forma circular y aparentemente interminable las emociones relacionadas con el trauma.

Las emociones son cosa del cuerpo: del corazón, el estómago y los intestinos, de la actividad y de los impulsos corporales. Seamos o no conscientes de estas sensaciones internas, en ambos casos éstas contribuyen a las emociones y son el resultado de las mismas. Las mariposas en el estómago nos dicen que estamos emocionados, la opresión en el pecho nos habla de dolor, la tensión en las mandíbulas nos informa de que estamos enfadados, y la sensación de hormigueo [estremecimiento] por todas partes indica miedo. Damasio apunta que las emociones tienen dos características: primero, la sensación interna, que está “dirigida al interior y es privada”, y segundo, la característica visible, que está “dirigida al exterior y es pública”. (1999)

Así pues, los estados emocionales internos son vividos como sensaciones corporales subjetivas y se reflejan en nuestra forma de presentarnos externamente, ofreciéndoles unas señales a las personas que nos rodean respecto de cómo nos sentimos. La rabia puede ser visible en el gesto de fruncir los labios, cerrar los puños, ojos entrecerrados y tensión corporal general. El miedo se puede comunicar a través de los hombros encorvados, la respiración contenida y una expresión de súplica en los ojos, o bien a través de ponerse en guardia o apartarse del estímulo atemorizante. Estas actitudes corporales pueden ser una respuesta inmediata a una situación actual o un estado emocional crónico y omnipresente.

En terapia, podemos utilizar las manifestaciones físicas dirigidas al exterior para clarificar, trabajar y resolver las emociones relacionadas con el trauma.

EJEMPLO
Una paciente que se presentó con una tensión visible a todo lo largo de los hombros, fue guiada para que advirtiera esta tensión e indagara su posible significado. La mujer dijo que sentía como si la tensión fuera una especie de rabia contenida –una percepción profunda y clara deducida a partir de la conciencia de su cuerpo más que de ninguna actividad mental. Esta observación le condujo a darse cuenta de la creencia errónea de que no tenía derecho a sentir ninguna agresividad hacia su padre, que había abusado de ella. Trabajar la rabia a través de la propia tensión corporal (realizando lentamente el movimiento que la tensión “quería” generar, procesando los recuerdos, creencias y emociones asociadas, y aprendiendo a relajar la tensión) le ayudó a esta paciente a expresarse de una forma más plena y resolver las emociones relacionadas con su experiencias traumáticas pasadas.

En el ejemplo anterior, resultó eficaz trabajar la emoción de la paciente al mismo tiempo que el componente cognitivo de la emoción.

Ahora bien, a pesar de la inextricable imbricación de las emociones con el cuerpo y con las cogniciones, cuando las emociones relacionadas con el trauma como, por ejemplo, el terror, se asocian con una sensación corporal como, por ejemplo, el temblor, el paciente es alentado a diferenciar las sensaciones y los movimientos corporales de las emociones. En estos casos, ayudamos a los pacientes a diferenciar el procesamiento emocional del procesamiento sensoriomotriz.

En nuestra jerga, el procesamiento emocional hace referencia a vivenciar, expresar e integrar emociones, en tanto que el procesamiento sensoriomotriz alude a vivenciar, expresar e integrar percepciones sensoriales/físicas, sensaciones corporales, la activación fisiológica y el funcionamiento motriz. Esta diferenciación entre estos dos niveles de procesamiento es importante dentro del tratamiento del trauma, dado que los pacientes no suelen discriminar entre las sensaciones corporales asociadas a la activación fisiológica o al movimiento y la vivencia [la sensación o impresión] emocional, lo que puede conducir a la intensificación de unas y otra. Si las sensaciones corporales (p. ej., temblor, pulso acelerado) se interpretan como si se tratara de una emoción (p. ej., pánico), cada uno de estos niveles de experiencia -sensoriomotriz y emocional- aumenta de un modo artificial y excesivo, y agrava al otro.

Tanto el pulso acelerado como el pánico se exacerban cuando se vivencian simultáneamente. Si a ello se añade la cognición bajo la forma de una creencia como, por ejemplo, “No estoy a salvo”, la sensación física y la emoción se intensificarán adicionalmente. En esta situación, la activación fisiológica puede aumentar vertiginosamente rebasando el margen de tolerancia de la persona, y la capacidad de integración se verá debilitada. La activación fisiológica se puede abordar, y con frecuencia reducir, separando [anulando la asociación, diferenciando] la emoción relacionada con el trauma de la sensación corporal en base a prestar atención exclusivamente a las sensaciones físicas asociadas a la activación fisiológica (sin atribuirles ningún sentido o significado ni ninguna emoción en particular). Después, una vez que la activación fisiológica vuelve a un nivel tolerable, el paciente puede analizar los contenidos emocionales de la experiencia traumática e integrar una y otros.

EJEMPLO
Un veterano de Vietnam, Martín, vino a terapia para “deshacerse” de sus pesadillas y de su sensación de sentirse emocionalmente desbordado de una forma crónica. En el transcurso de la psicoterapia sensoriomotriz, Martín aprendió a percibir la activación fisiológica mientras la experimentaba a nivel corporal. Aprendió a prestar una atención activa al pulso acelerado y a las sacudidas y los temblores que sintió por primera vez a raíz del combate original y que después revivía con demasiada frecuencia en el contexto de la vida cotidiana.

A lo largo de varias sesiones de terapia, Martín fue aprendiendo a describir sus sensaciones corporales internas, advirtiendo el hormigueo en los brazos que precedía a las sacudidas, la ligera aceleración del pulso y el aumento de la tensión en las piernas. A medida que se fue desarrollando su capacidad de observar y de describir sus sensaciones corporales sujetivas, gradualmente fue aprendiendo a aceptar estas sensaciones sin tratar de inhibirlas.

El terapeuta le instruyó para que se limitara a rastrear [seguir el rastro de] estas sensaciones a medida que iban progresando o “sucediéndose” a través del cuerpo. Cuando el paciente se vuelve plenamente consciente de dichas sensaciones internas, con frecuencia las sensaciones por sí solas suelen transformarse de forma espontánea en otras sensaciones más tolerables (Levine, 1997) Martín aprendió a seguir con plena conciencia la secuencia de sensaciones a medida que iban progresando a lo largo de su cuerpo, hasta que las sensaciones volvían espontáneamente a la normalidad. El paciente advirtió que las sacudidas se iban disipando gradualmente, el pulso finalmente volvía a su línea de base, y la tensión en las piernas se liberaba por sí sola. Después de que aprendiera a calmar su activación fisiológica de esta forma, la terapia procedió a abordar las reacciones emocionales relacionadas con el trauma.


El procesamiento sensoriomotriz

En la práctica clínica de la psicoterapia sensoriomotriz, distinguimos tres componentes generales dentro del procesamiento sensoriomotriz: las sensaciones corporales internas, las percepciones procedentes de los sentidos y los movimientos.

Las sensaciones corporales internas

El término sensación corporal interna hace referencia a las miles de sensaciones físicas generadas continuamente por los movimientos de todo tipo dentro del cuerpo. Cuando se produce un cambio en el cuerpo como, por ejemplo, un cambio hormonal o un espasmo muscular, este cambio se puede sentir como una sensación corporal interna. Las contracciones intestinales, la circulación de fluidos, los cambios bioquímicos, los movimientos asociados a la respiración, o los movimientos de los músculos, los ligamentos o los huesos, todo ello genera sensaciones corporales internas.

Las personas con transtornos de origen traumático adolecen tanto de “sentir demasiado” como de “sentir demasiado poco” (Van der Kolk, 1994). Suelen vivir las sensaciones corporales internas como algo irrefrenable y perturbador. La “subida” de adrenalina o las sensaciones de tener el pulso acelerado o de tensión corporal, se perciben agudamente y se vuelven más desconcertantes cuando se interpretan como indicadores de un peligro actual. Y a la inversa, es muy común que las personas traumatizadas sufran una incapacidad de ser conscientes de las sensaciones corporales, o bien una incapacidad de expresar las sensaciones físicas con palabras, lo que se conoce como alexisomia (Bakal, 1999; Ikemi y Ikemi, 1986) La ausencia de sensaciones corporales y la interpretación subsiguiente (p. ej., “me pasa algo”; ”No siento el cuerpo”; ”Me siento como si estuviera muerto”) pueden ser tan perturbadoras como el exceso de sensaciones.

Las percepciones procedentes de los sentidos

A veces llamada exterocepción, los nervios sensoriales de nuestros cinco sentidos reciben y transmiten información procedente de los estímulos del entorno exterior. El proceso de recogida de información a través de los sentidos se puede considerar integrado por dos componentes: el acto físico de percibir y la percepción individual de los datos sensoriales (Cohen, 1993). Las percepciones sensoriales pueden dominar la capacidad de las personas traumatizadas de pensar racionalmente.

Dado que se basa en la comparación de la entrada sensorial con los marcos de referencia internos, nuestra percepción –y por consiguiente nuestra conducta- es autorreferencial [hace referencia o remite al propio sujeto y a la propia experiencia] (Damasio, 1994). Nuestras creencias y nuestras reacciones emocionales a los estímulos sensoriales similares anteriores condicionan nuestra relación con los estímulos actuales. Sin las expectativas que influyen en nuestra predisposición [priming, imprimación, aparejo] perceptual, cada experiencia sensorial sería nueva y nos veríamos rápidamente desbordados. En lugar de ello, clasificamos la entrada de datos sensoriales en unas categorías aprendidas. Ratey señala que “constantemente estamos imprimando [aparejando] nuestras percepciones, adaptando el mundo a lo que esperamos recibir y, por consiguiente, haciendo que [el mundo] sea lo que percibimos que es” (2002).

Esta función de imprimación se vuelve desadaptativa en las personas traumatizadas, que repetidamente advierten y registran estímulos sensoriales que son reminiscencias del trauma del pasado, con frecuencia no advirtiendo los estímulos sensoriales concomitantes que indican que la realidad actual no reviste ningún peligro.

Los movimientos

Los movimientos se incluyen en el nivel sensoriomotriz del procesamiento de la información, en razón de su componente somático evidente, aunque los lóbulos frontales del córtex, más que las áreas cerebrales subcorticales, se relacionan estrechamente con el córtex motor y el córtex promotor y son los responsables de muchas formas de movimientos. Las mismas áreas del cerebro que generan la razón y nos ayudan a resolver problemas, también están implicadas en el movimiento. Por consiguiente, el movimiento ha configurado y continúa configurando nuestras mentes (Janet, 1925), y viceversa, como lo expresa LLinas: “La mente… es el producto de unos procesos evolutivos que han tenido lugar en el cerebro en nuestra condición de criaturas que nos movemos activamente y que se desarrollaron de los [niveles más] primitivos a los más altamente evolucionados” (2001, p. ix, las cursivas son nuestras). El movimiento es esencial para el desarrollo de todas las funciones cerebrales: sólo los organismos que se mueven de un lugar a otro necesitan un cerebro; los organismos que se mantienen estacionarios no (Ratey,2002)

Todd (1959) insiste en que la función precede a la estructura: el mismo movimiento hecho una y otra vez acaba modelando el cuerpo. Por ejemplo, cuando las contracciones musculares que preparan para los movimientos defensivos se repiten muchas veces, dichas contracciones se transforman en unas características físicas que afectan a la estructura corporal, lo que, a su vez, afecta adicionalmente a la función. Durante un largo período de tiempo, esta tensión crónica interfiere en la alineación y el movimiento natural del cuerpo, genera problemas físicos (principalmente dolor de espalda, cuello y hombros), e incluso contribuye a mantener las correspondientes emociones y cogniciones. Señalan Kurtz y Prestera: “Estas pautas físicas se vuelven fijas con el tiempo, afectando al crecimiento y a la estructura corporal, y caracterizando ya no sólo el momento en cuestión, sino a la persona. En lugar de una simple decepción momentánea, la postura abatida de desesperanza podría ser indicativa de una vida entera de interminables frustraciones y amargos fracasos” (1976).

Los movimientos y las posturas reiteradas contribuyen, pues, a mantener las tendencias cognitivas y emocionales al generar una posición desde la cual únicamente son posibles las emociones y las acciones físicas pre-seleccionadas (Barlow, 1973). Con frecuencia advertimos la actitud propia del reflejo de alarma en los pacientes traumatizados: los hombros levantados, la respiración contenida, la cabeza hacia abajo y en dirección a la cintura escapular, de forma similar a “a un ciervo bajo la luz de los faros”. La acción del reflejo de alarma altera la alineación equilibrada entre la cabeza y los hombros y habitualmente es transitoria, pero si esta reacción normal a un estímulo novedoso repentino se vuelve crónica, la propia organización física puede predisponer a la persona a sentir emociones de miedo y desconfianza, y pensamientos de peligros inminentes de forma crónica.
 
TENDENCIAS DE ACCIÓN COGNITIVAS, EMOCIONALES Y SENSORIOMOTRICES

Una tendencia de acción es una propensión a llevar a cabo o materializar una acción determinada. Las tendencias de acción se forman en los niveles cognitivo, emocional y sensoriomotriz. Las tendencias se derivan de la memoria procedimental de los procesos y funciones, que se refleja en las respuestas habituales y las conductas condicionadas (Schacter, 1996). El aprendizaje procedimental incluye iteraciones [bucles, circuitos cerrados] repetidas de los movimientos, percepciones, procesos cognitivos y emocionales, o de combinaciones de estos elementos (Grigsby y Stevens, 2000). Los hechos originales a partir de los cuales se han aprendido estos procesos y hábitos personales automáticos suelen haberse olvidado. Las acciones que son aprendidas procedimentalmente “no precisan representaciones mentales, imágenes, motivaciones ni ideas concientes o inconscientes para poder operar” (Grigsby y Stevens, 2000).

Al operar de forma no consciente, el aprendizaje procedimental en los tres niveles de procesamiento de la información se transforma en tendencias de acción automáticas que se convierten en organizadores cruciales de la conducta. Mucho después de que hayan cambiado las condiciones ambientales, permanecemos en un estado de (pre)disposición [readiness] a realizar las acciones mentales (cognitivas y emocionales) y sensoriomotrices que fueron adaptativas en el pasado.

EJEMPLO
El niño que aprende que es más seguro alejarse de los adultos cuando éstos están alterados, en lugar de buscar la proximidad, podría desarrollar unas tendencias de acción que incluyeran una serie de reajustes posturales orientados a la evitación (girarse para otro lado, mirar al suelo para evitar el contacto ocular), impulsos motrices que conduzcan a retroceder, reacciones emocionales tales como el miedo, y sistemas cognitivos de creencias tales como “No es seguro buscar consuelo”.

Estas tendencias de acción “tienen el carácter de deseos apremiantes o impulsos. Se mantienen a la espera de la aparición de signos de que pueden o podrían verse materializadas; las tendencias y su realización tienden a persistir ante la presencia de interruptores; tienden a interrumpir otros programas y acciones en curso; y tienden a monopolizar [pre-empt, asumir un derecho preferencial sobre las facilidades para] el procesamiento de la información.” (Frijda, 1986). En un sentido amplio, una tendencia de acción es una disposición hacia una conducta específica. Esta “disposición” significa que la tendencia de acción existe dentro de la persona de forma latente y se activa en respuesta a estímulos internos o externos específicos. Las tendencias de acción desadaptativas condicionadas procedentes del pasado se ven desencadenadas por las reminiscencias internas y ambientales del pasado, y toman precedencia cuando otras acciones podrían resultar más adaptativas. Una vez que los procedimientos [cf. La memoria procedimental] se transforman en tendencias automáticas, ya no podemos utilizar los procesos descendentes para regularlos.
 
(Y ahora un poco de "Teoría Polivagal" o por qué es importante practicar Éiriú Eolas para estimular el nervio vago)


TEORÍA POLIVAGAL


Margen de tolerancia: la capacidad de modular la activación fisiológica

Las tendencias de acción no resueltas relacionadas con la supervivencia incluyen ya no sólo las características crónicas posturales y motrices asociadas a la defensa, sino también la rápida movilización del sistema nervioso autónomo en respuesta a los estímulos relacionados con el trauma. De forma característica, las personas que padecen trastornos de origen traumáticos son vulnerables a la hiperactivación (es decir, a sentir “demasiada” activación) y/o hipoactivación (es decir, a sentir “demasiado poca” activación) fisiológica, y con frecuencia oscilan entre estos dos extremos (Post et al., 1997; Van der Hart, Nijenhuis y Steele, 2006; Van del Kolk et al., 1996)

Desencadenadas por los recuerdos traumáticos, ambas tendencias del sistema nervioso autónomo dejan a los pacientes a merced de la desregulación de la activación fisiológica. Cuando están hiperactivados, los pacientes se sienten demasiado activados [acelerados, excitados] como para procesar la información eficazmente, además de verse atormentados por imágenes, afectos y sensaciones corporales intrusivas. Pero cuando están hipoactivados, los pacientes sufren otro tipo de tormento procedente esta vez de un desvanecimiento de las emociones y las sensaciones –un entumecimiento, una sensación de muerte o de vacío, de pasividad, y posiblemente de parálisis (Bremner y Brett, 1997; Spiegel, 1997; Van der Hart et al., 2004) y/o puede que se sientan excesivamente distanciados de la experiencia [de lo que están viviendo] como para ser capaces de procesar la información eficazmente. En ambos casos, la regulación descendente se ve debilitada y la adscripción de sentido queda sesgada por lo que se percibe como señales de peligro.

Si bien estos extremos de la activación pueden ser adaptativos en determinadas situaciones traumáticas, se vuelven desadaptativos cuando persisten en contextos que no revisten ninguna amenaza.

Para poder devolver el pasado al pasado, los pacientes deben procesar las experiencias traumáticas dentro de los márgenes de una “zona óptima de activación fisiológica”. Situada entre los dos extremos de la hiperactivación y la hipoactivación, esta zona se conoce como el “margen de tolerancia” (Siegel, 1999). Dentro de este margen, “se pueden procesar distintas intensidades de activación emocional y fisiológica sin alterar el funcionamiento del sistema” (Siegel, 1999, p. 253). Cuando los pacientes operan [se desenvuelven] dentro del margen de tolerancia, es posible integrar la información recibida procedente del entorno interno y externo. Los pacientes pueden pensar y hablar de sus experiencias en la terapia y simultáneamente sentir una tonalidad emocional y un sentido de la propia identidad congruentes. Dentro de la zona de activación óptima, se mantiene el funcionamiento cortical –lo que supone un prerrequisito para integrar la información en los niveles cognitivo, emocional y sensoriomotriz.

Margen de tolerancia
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Figura 1. Las tres zonas de activación:
Un modelo sencillo para explicar la regulación de la activación del sistema nervioso autónomo.​

La jerarquía polivagal

Porges (1995, 2001a, 2001b, 2004, 2005) analiza la compleja interrelación existente entre el sistema nervioso simpático y parasimpático en su “teoría polivagal”, que sugiere una visión más sofisticada e integradora del sistema nervioso autónomo que las anteriores teorías de la activación fisiológica que atribuían todos los casos de activación a la implicación del sistema nervioso simpático. La teoría polivagal describe tres subsistemas organizados jerárquicamente dentro del sistema nervioso autónomo, que rigen nuestras respuestas neurobiológicas a la estimulación ambiental: la rama parasimpática ventral del nervio vago (conexión [implicación, participación] social), el sistema simpático (movilización) y la rama parasimpática dorsal del nervio vago (inmovilicazión).

Cada uno de estos subsistemas se corresponde con una de las tres zonas de activación fisiológica del modelo de modulación: el sistema de conexión social (vagal ventral) se correlaciona con la zona de activación óptima, el sistema simpático con la zona de hiperactivación, y el sistema vagal dorsal con la zona de hipoactivación.

El más reciente y sofisticado evolutivamente de los subsistemas es el complejo vagal ventral, que incluye la rama ventral del nervio vago –el vago mielinizado- que se origina en el núcleo ambiguo del tallo cerebral, uno de los varios grupos minúsculos de neuronas especializadas que componen el sistema activador reticular. Este sistema determina el nivel de conciencia o de alerta de la persona. El complejo vagal ventral se activa habitualmente cuando la activación fisiológica se encuentra en la zona óptima del modelo de modulación. Porges (2003b) denomina a este sistema el “sistema de conexión social” porque les brinda a los seres humanos un mayor grado de flexibilidad en la comunicación y regula áreas del cuerpo que intervienen en la interrelación social y ambiental.

El sistema de conexión social posibilita el interés [conexión, afección] y el desinterés [desconexión, desafección] rápido en relación con el entorno y en el ámbito de las relaciones sociales, en base a regular la tasa cardíaca sin necesidad de movilizar al sistema nervioso simpático.

POR EJEMPLO, en una conversación podemos hablar con rapidez y animadamente en un determinado momento y quedarnos completamente en silencio mientras escuchamos en el momento siguiente, reajustando en consonancia nuestros músculos faciales, vocales y del oído medio.

El sofisticado mecanismo de “frenado” del sistema de conexión social puede disminuir o aumentar rápidamente la tasa cardíaca, permitiéndonos ralentizarnos y a continuación volvernos a movilizar al tiempo que inhibimos las reacciones defensivas primitivas (Porges, 2005). Así pues, este sistema favorece los estado generales más tranquilos y flexiblemente adaptativos (Porges, 2004, 2005) y en razón de ello contribuye a que la activación fisiológica se mantenga dentro del margen de tolerancia.

En contextos no amenazantes el sistema de conexión social regula el sistema nervioso simpático, facilita la implicación con [el interés por] el entorno y nos ayuda a formar vínculos afectivos positivos y lazos sociales. Incluso bajo condiciones de amenaza, la persona bien adaptada puede utilizar el sistema de conexión social, por ejemplo, para tratar de razonar con un posible atacante. Si este enfoque [estrategia] fuera ineficaz, no obstante el sistema de conexión social automáticamente dejaría paso a las respuestas movilizadoras de ataque/fuga correspondientes al sistema nervioso simpático.

La activación del sistema nervioso simpático aumenta la activación general y moviliza los mecanismos de supervivencia en respuesta a la amenaza. Estas “reacciones de emergencia” movilizan energía en previsión de la vigorosa actividad que se necesitará para afrontar la amenaza e incluyen procesos tanto de movilización de la energía como de consumo de energía.

Al permitirnos llevar a cabo vigorosas respuestas de ataque/fuga, la hiperactivación fisiológica maximiza nuestras posibilidades de supervivencia (Levine, 1997; Rothschild, 2000). Cuando vigorosas respuestas físicas tales como, por ejemplo, correr o luchar, tienen éxito, ya no solamente se reduce el nivel de amenaza sino que el torrente de sustancias neuroquímicas relacionadas con el peligro se metaboliza a través de estas acciones que consumen energía. Uno y otro de estos factores contribuyen a que la activación fisiológica vuelva al margen de tolerancia.

Si ni la conexión social (mediatizada por una de las ramas del sistema parasimpático, el complejo vagal ventral) ni las respuestas de ataque y fuga (mediatizadas por el sistema nervioso simpático) consiguen garantizar la seguridad, la otra rama del sistema nervioso parasimpático, el complejo vagal dorsal, pasa a ser la siguiente línea de defensa. La rama dorsal del nervio vago, el vago no mielinizado, es el más primitivo de estos sistemas. Su intervención se desencadena a causa de la hipoxia (la falta de oxígeno en los tejidos corporales) y permite disminuir la activación fisiológica en dirección a la zona de hipoactivación. La rama vagal dorsal posibilita la inmovilización relacionada con la supervivencia como, por ejemplo, la muerte fingida [hacerse el muerto], el apagado conductual y el síncope.

Por contraste con los procesos que consumen energía mediatizados por el sistema nervioso simpático, el aumento del tono vagal dorsal está asociado a la conservación de la energía: muchas de las funciones del cuerpo comienzan a enlentecerse, lo que conduce a “una disminución relativa de la tasa cardíaca y de la respiración, acompañada de una sensación de ‘entumecimiento’, de ‘apagado mental’ y de distanciamiento respecto del sentido de la propia identidad” (Siegel, 1999, p. 254). La activación vagal dorsal extrema puede derivar en desvanecimiento, vómitos o pérdida del control del esfínter rectal, todo lo cual parece ocurrir cuando la acción no es factible (Frijda, 1986). Si bien esta inmovilización puede garantizar la supervivencia, también puede generar bradicardia, apnea y arritmias cardíacas, y de hecho puede ser mortal en el caso de los mamíferos si se mantiene durante un período prolongado.

Zonas de Activación
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Figura 2. La correlación entre las tres zonas de activación y la jerarquía polivagal.​

Durante los incidentes traumáticos, la jerarquía neural [polivagal] brinda una serie de ventajas en relación con la supervivencia: está “determinada” [hard-wired] fisiológica o neurológicamente, es instintiva y lleva incorporadas posibles alternativas. Adicionalmente, dado que el sistema de conexión social rige, y puede inhibir, tanto las respuestas simpáticas como el complejo vagal dorsal, este sofisticado mecanismo de “frenado” facilita igualmente la regulación de la activación fisiológica general en el día a día fuera del ámbito traumático. Pero cuando se vive la experiencia de un fracaso crónico del sistema de conexión social de cara a gestionar la seguridad y la protección, como suele ser el caso de los traumas infantiles crónicos, el sistema habitualmente “se apaga”. Sin la restricción que suponen los “frenos” del sistema de conexión social, el sistema nervioso simpático o el sistema vagal dorsal permanecen altamente activados, provocando que la activación fisiológica exceda el margen de tolerancia.

Un punto focal principal debe ser intensificar el funcionamiento del sistema de conexión social y “disminuir los efectos desorganizadores de [cualquier] episodio determinado de activación emocional [y fisiológica]” (Siegel, 1999, p. 260).


(Y es aquí donde la respiración tubular puede convertirse en una herramienta de gran utilidad, ya que contribuye a intensificar nuestro sistema de conexión social)

(Más información en español sobre EE, el nervio vago y el sistema de comunicación social aquí)
 
(Y ahora “el apego” o cómo la relación con nuestra madre en la infancia nos condicionará para bien o para mal el resto de nuestra vida, si no hacemos algo al respecto)

EL APEGO

obyvatel said:
Como sabemos, las raíces de la mayoría de las tendencias de acción se encuentran en las experiencias de la primera infancia. La teoría del apego de Bowlby ofrece un marco para examinar dichos patrones. El apego seguro brinda al niño una base estable para embarcarse en el viaje de la vida. Los patrones de apego inseguro dan lugar a ciertas deficiencias que siguen afectándonos en nuestra vida como adultos.


EL APEGO INSEGURO-EVITATIVO

Las madres de los bebés inseguros-evitativos frustran o bloquean activamente las conductas de búsqueda de proximidad del infante, respondiendo en su lugar retrayéndose o incluso apartando al niño a un lado (Ainsworth et al., 1978; Schore, 2003a). Estas madres parecen tener una aversión general al contacto físico salvo en las condiciones establecidas por ellas mismas, y pueden responder a los intentos de acercamiento del infante estremeciéndose [haciendo gestos o muecas de aversión o disgusto], arqueándose [arqueando la espalda con objeto de retroceder] o evitando las miradas mutuas (Cassidy y Shaver, 1999; Schore, 2003a; Siegel, 1999).

El niño se adapta a esta comunicación somática [este señalamiento o aseveración corporal] de inaccesibilidad tan cargada afectivamente, manifestando escasa necesidad de proximidad y aparentando poco interés por los intentos de los adultos de establecer contacto. Y cuando de hecho se crea un contacto, el niño evitativo no lo mantiene, concentrándose en su lugar en los juguetes y en los objetos materiales antes que en la madre. Este niño generalmente evita el contacto ocular con la madre y manifiesta escasos signos visibles de dolor en el momento de la separación, aunque algunos investigadores (Fox y Card, 1999; Main, 1995) han encontrado evidencias de la presencia de cierta activación autónoma en estos pequeños, aun cuando parezcan conductualmente indiferentes hacia la madre. En el momento del reencuentro, ignoran activamente o incluso evitan a la madre alejándose o girándose cuando los cogen en brazos (Main & Morgan, 1996). Por lo general, no buscan la proximidad con los cuidadores y son reservados emocionalmente.

Los niños con un estilo de apego inseguro-evitativo muestran una actitud desdeñosa o despectiva hacia la importancia del apego llegados a la adultez. Suelen distanciarse de los demás, minusvaloran las relaciones, se vuelven muy independientes y tienden a contemplar las emociones con cierto cinismo. Los pacientes con antecedentes de un apego inseguro-evitativo tienden a retraerse en condiciones de estrés y evitan buscar el apoyo emocional de los demás. Con un sistema de conexión social debilitado y un acceso limitado a los estados internos, de forma característica estos pacientes suelen minimizar sus necesidades de cariño. Al preferir la autorregulación a la regulación relacional, pueden encontrar la dependencia inquietante o desagradable y evitar las situaciones que estimulan las necesidades de apego.

Las tendencias corporales varían; a través del tono o la rigidez muscular estos pacientes pueden manifestar que se sienten más cómodos con los movimientos defensivos que extendiendo la mano o acercándose. Por ejemplo, a una paciente adulta le resultaba extraño e incómodo extender los brazos y lo hacía con mucha torpeza y de forma tensa, diciendo que le resultaba más fácil apartarse [push away] que acercarse [reach out] en busca de contacto cuando nunca nadie te ha correspondido. Cuando alguien les aborda, estos pacientes pueden echarse para atrás o blindarse más. Otros se retraen a través de una actitud de pasividad, a menudo reflejada en el tono muscular bajo y la falta de respuesta a los intentos de los demás por relacionarse. Muchos pacientes muestran una mezcla a nivel de tono muscular: un tono elevado en determinadas áreas del cuerpo y un tono bajo en otras áreas, como en el caso de la paciente que era fuerte y musculosa a nivel de las piernas, pero débil y flácida a nivel de los brazos. La falta de expresividad emocional y de contacto ocular, junto con un nivel más bajo de activación general también correlacionan con este estilo de apego (Cozolino, 2002, p. 209).

Dentro del enfoque sensoriomotriz, las estrategias somáticas que fortalecen la regulación relacional y la conexión social (el tender la mano, la búsqueda de proximidad, el contacto ocular) ofrecen vías útiles de exploración.

Los niños con antecedentes de un apego inseguro-evitativo tienen que lograr un equilibrio más complicado entre su necesidad de proximidad del cuidador y su tolerancia a la ansiedad; dicha adaptación puede reflejarse ulteriormente bajo la forma de una desarticulación o una desconexión entre sus necesidades internas y su conducta externa. Este estilo incongruente resulta evidente también en nuestros pacientes adultos.

POR EJEMPLO, la paciente que se sienta en el sofá, visiblemente incómoda, puede responder a la pregunta de “¿Qué tal?” o “¿Cómo se siente a nivel corporal?” con una sonrisa y un “muy bien”. La desconexión de esta paciente entre su malestar físico o emocional y el estado psicológico que refiere demuestra una incongruencia o una falta de correspondencia entre su estado psicológico interno y su estado somático, de los cuales suele ser sinceramente inconsciente. El tratamiento de estos pacientes incluye ayudarles a tomar conciencia de los estados internos y practicar movimientos físicos que se correspondan adecuadamente con dichos estados.


EL APEGO INSEGURO-AMBIVALENTE

La madre del niño que desarrolla un estilo de apego inseguro-ambivalente es inconsistente e impredecible en sus reacciones al niño. Puede sobreactivar al niño o no ayudarle a conectarse. Dado que su forma de relacionarse suele estar en función de sus propias necesidades emocionales y estados de ánimo más que los del niño, este cuidador puede estimular al niño en dirección a una activación fisiológica elevada aunque el niño esté tratando de regular la activación a la baja apartando la mirada. Así, cuando la propia necesidad emocional de relacionarse por parte de la madre anula la necesidad del niño, su conducta invade al infante [irrumpe en su ámbito] provocando la desregulación de la activación fisiológica del niño. Debido a que el cuidador es inconsistente en su accesibilidad, una veces permitiendo y alertado la proximidad y otras no, el niño no está seguro de la fiabilidad de la respuesta del cuidador a sus manifestaciones [comunicaciones] somáticas y afectivas [del niño] (Belsky, Rosenberg, y Crnic, 1995; Carlson, Armstrong, Lowenstein, y Roth, 1998; Main, 1995).

Esta incertidumbre se traduce en unos niños que parecen cautelosos, muy turbados [desconsolados], enfadados, apenados [alterados, angustiados] y preocupados a todo lo largo tanto de la separación como del reencuentro con la madre, De forma característica, en el momento del reencuentro no se consuelan ante la presencia del cuidador o ante los esfuerzos por tranquilizarlos (Main y Morgan, 1996), y con frecuencia continúan llorando. También de forma característica, estos niños parecen irritables, tienen dificultades en recuperarse del estrés, manifiestan un deficiente control de los impulsos, temen al abandono e inician conductas impulsivas [acting-out] (Allen, 2001). Un ejemplo de la ambivalencia que muestran estos niños con el progenitor impredecible consiste en alternar entre las conductas de enfado y de rechazo y las conductas de búsqueda de contacto en el momento del reencuentro con la madre después de la separación.

Los niños con un estilo inseguro-ambivalente tienen un “carácter difícil” con “tendencia a la expresividad intensa y las reacciones anímicas negativas, adaptabilidad lenta al cambio e irregularidad de las funciones biológicas” (Schore, 2003ª, p. 29). Los niños con antecedentes de un apego inseguro-ambivalente muestran una actitud de preocupación hacia el apego llegados a la adultez. Les preocupan las necesidades de cariño, dependen excesivamente de los demás y pueden mostrar una tendencia al enmarañamiento [“enredarse”] y a la excesiva intensidad en las relaciones con los demás, con una preferencia por la proximidad. Se centran excesivamente en el malestar interno, con frecuencia buscando un alivio de forma frenética (Cassidy y Shaver, 1999). Con un sistema de conexión social debilitado, estos pacientes suelen ser incapaces de reconocer la seguridad dentro de una relación. Preocupados por la disponibilidad de las figuras de apego (incluido el terapeuta), con frecuencia sienten una intensificación de las emociones y agitación corporal, junto con un aumento o una pérdida del tono muscular ante la perspectiva de separación.

El modelo sensoriomotriz deberá facilitar la capacidad de autorregulación [por contraste con la regulación relacional] a través del desarrollo del arraigo, de unos límites personales y de un apoyo interno nuclear, además de favorecer las habilidades reguladoras relacionales adaptativas (véase capítulo 10). Los niños con un estilo de apego inseguro-ambivalente pueden mostrar una mayor congruencia entre los estados internos y los movimientos físicos externos que los niños inseguros-evitativos, pero su conducta suele estar desregulada. Sus movimientos físicos pueden estar faltos de contención, dirigidos más hacia la descarga de la activación fisiológica elevada que hacia el logro meditado [intencionado] de un objetivo específico.

POR EJEMPLO, un niño puede llorar y revolverse frenéticamente cuando se activa el sistema de apego, en lugar de realizar un movimiento direccional, deliberado, hacia el cuidador. El movimiento puede adoptar la forma de agitación que no se traduce en un movimiento temperado y con un propósito [decidido, resuelto] a fin de alcanzar un determinado objetivo. En el enfoque sensoriomotriz aplicado a pacientes adultos con antecedentes de un apego inseguro-ambivalente, es esencial aprender a tolerar la elevada activación emocional y fisiológica, y a realizar acciones meditadas, intencionadas en lugar de movimientos desregulados y carentes de dirección.


EL APEGO DESORGANIZADO/DESORIENTADO

Main y colaboradores (Main, 1995; Main y Hesse, 1990; Main y Solomon, 1990) observaron a un grupo de niños que mostraban una serie de respuestas desconcertantes y contradictorias hacia sus madres en el momento del reencuentro después de la separación. Los investigadores también observaron a las madres, cuya conducta valoraron como “atemorizante” (p. ej., conductas amenazantes, movimientos repentinos, intrusiones repentinas, actitudes de ataque) o “atemorizada” (p. ej., retroceder, reflejo de alarma exagerado, replegarse en respuesta al niño, voz o expresión facial temerosa) (Main y Hesse, 1990). Además, estas madres pueden manifestar confusión respecto de su papel (p. ej., tratar de obtener consuelo del niño), desorientación (expresiones similares al trance, vagar sin rumbo en respuesta al llanto del bebé), conductas intrusivas (p. ej., arrastrar al niño de la muñeca, burlarse y reírse de él, negarle un juguete) retracción (p. ej., no saludar al niño, no relacionarse verbalmente con él, evitar la mirada) (Lyons-Ruth, 2001).

A veces los cuidadores (habitualmente la madre) de estos niños pueden abusar de ellos, desatenderlos gravemente, o las dos cosas. El cuidador de estas características:

induce estados traumáticos caracterizados por afectos negativos duraderos. Dado que su apego es débil, el cuidador brinda escasa protección contra otros posibles maltratadores del niño… Este cuidador es inaccesible y reacciona ante las expresiones de emoción y las manifestaciones de estrés de su niño de forma inapropiada y/o rechazante, y muestra una participación mínima o impredecible en los diversos tipos de procesos de regulación de la activación fisiológica. En lugar de ayudar a modular, induce niveles extremos de estimulación y de activación fisiológica, ya sea demasiado elevados en el caso de los abusos o demasiado bajos en el caso de la desatención grave, y dado que no ofrece una reparación relacional, los intensos estados emocionales negativos del niño se prolongan durante largos periodos de tiempo (Schore, presentado para su publicación)

Dado que este cuidador falto de receptividad muestra escasos o ningún intento de reconocer ni de reparar las perturbaciones en la relación, en niño permanece en las zonas de hiperactivación o de hipoactivación durante largos periodos de tiempo. Main y Solomon (1986, 1990) le llaman a este estilo de apego desarrollado a partir de unos cuidados de tales características el estilo desorganizado/desorientado, e identifican siete categorías conductuales indicativas de este estilo:

1) Conducta contradictoria secuencial como, por ejemplo, búsqueda de proximidad seguida de paralización, retracción o aturdimiento.

2) Conducta contradictoria simultánea como, por ejemplo, evitación combinada con búsqueda de proximidad.

3) Conductas y expresiones incompletas, interrumpidas o sin dirección como, por ejemplo, dolor [angustia] acompañado de alejamiento respecto de la figura de apego.

4) Movimientos desincronizados, estereotipados o asimétricos y conducta extraña, anómala como, por ejemplo, tropezar cuando la madre está presente y no haber una razón clara para explicar el tropezón.

5) Movimientos y expresiones indicativas de paralización, inmovilización y acciones “bajo el agua” [es decir, movimientos amortiguados, enlentecidos, “submarinos”].

6) Actitudes que indican aprensión hacia el cuidador como, por ejemplo, expresiones de miedo u hombros encorvados.

7) Conducta que indica desorganización o desorientación como, por ejemplo, andar de aquí para allá sin rumbo aparente, afecto lábil o expresiones que denotan aturdimiento, confusión.

Main y Solomon observan que en el caso de estos niños, “los movimientos de aproximación se veían constantemente inhibidos y refrenados en virtud de la activación simultánea de las tendencias de evitación. En la mayoría de los casos, sin embargo, la búsqueda de proximidad ‘contrarrestaba’ lo suficientemente la evitación como para permitir el aumento de la proximidad física. De este modo, se activaban unos estilos contradictorios, pero sin inhibirse mutuamente” (1986, p. 117).

Versiones de estas conductas incongruentes se observan en los adultos traumatizados, sobre todo dentro del contexto de hablar de una relación traumática del pasado o de una relación de apego pasada o actual, incluida la relación con el terapeuta. En contextos clínicos, los terapeutas suelen sentirse confundidos por lo que parecen reacciones paradójicas al contacto y una discontinuidad relacional aparente.

POR EJEMPLO, Lisa se quejaba con frecuencia de que “no tengo a nadie” y le suplicaba a su terapeuta que le concediera más contacto: que se sentara más cerca de ella, que le cogiera de la mano si lloraba, que la llamara durante la semana para ver cómo estaba. Sin embargo, en las sesiones una y otra vez se sentaba de tal forma que evitaba estar de frente y se orientaba en dirección al suelo y al sofá, y se ponía rígida cuando el terapeuta movía su silla y se ponía más cerca (a petición de Lisa). La búsqueda de proximidad afloraba en su comunicación verbal, mientras que la evitación era comunicada físicamente: su cuerpo refrenaba el acercamiento, evitando incluso el contacto ocular.

La conducta incongruente y contradictoria a menudo desconcertante que se observa en estos niños y en pacientes como Lisa, se puede entender como el resultado de la estimulación simultánea o alternante de dos sistemas psicobiológicos opuestos: el apego y la defensa (Liotti, 1999a; Lyons-Ruth y Jacobvitz, 1999; Main y Morgan, 1996; Ogawa, Sroufe, Weinfield, Carlson y Egeland, 1997; Van der Hart et al., 2004). Como es de esperar, el niño busca la proximidad del cuidador cuando se siente alterado, pero si el cuidador altera todavía más al niño en lugar de brindarle consuelo y seguridad, se genera una paradoja irresoluble (Main y Solomon, 1986). El niño no puede acercarse satisfactoriamente, salir corriendo ni reorientar su atención. Cuando se activa el sistema de apego, se movilizan las conductas de búsqueda de proximidad. Pero cuando se activa el sistema defensivo, se movilizan las respuestas de fuga, ataque, paralización o hipoactivación fisiológica/hacerse el muerto. El infante desorganizado/desorientado vivencia la estimulación alternante o simultánea de estos dos sistemas psicobiológicos opuestos.

Steele, Van der Hart y Nijenhuis (2001) cuestionan la idea de que este modelo de apego sea de hecho “desorganizado” (véase también Jaffe et al., 2001). Los autores proponen que, dentro del contexto generado por un cuidador atemorizante y/o atemorizado, el apego desorientado/desorganizado constituye en realidad una respuesta lógica, organizada, generada por la activación concurrente tanto del sistema defensivo como del sistema del apego: se sugiere que el sistema de conexión social y los sistemas simpático y vagal dorsal se verían estimulados de forma simultánea o alternativa. En la traumatización y la desatención grave durante la niñez, el apego desorganizado/desorientado como estrategia sería un resultado lógico. La amenaza constante del cuidador atemorizado y atemorizante activa las tendencias de acción responsables tanto de la búsqueda de proximidad como de la defensa. Esta conducta de apego ha sido constatada en el 80% de los niños maltratados (Carlson et al., 1998) y es un predictor estadísticamente significativo tanto de los trastornos disociativos (Carlson et al., 1998; Liotti, 1992) como de las conductas agresivas (Lyons-Ruth y Jacobvitz, 1999).
 
LOS ESTILOS DE APEGO Y LA REGULACIÓN

obyvatel said:
Cada estilo de apego refleja unas tendencias específicas de regulación emocional y predominio autónomo. En la autorregulación, la persona se basa en ella misma, mientras que en la regulación relacional busca a otros por vía del sistema de conexión social. Para las personas con apego seguro, tanto la autorregulación como la regulación relacional se desarrollan y se aplican adecuadamente.

El apego inseguro-evitativo y la regulación

El niño con antecedentes inseguro-evitativos dependerá de la autorregulación y del predominio parasimpático (vagal dorsal) (Cozolino, 2002;Schore, 2003a) de cara a la regulación, siendo muy probable que vivencie un aumento del tono vagal dorsal caracterizado, en su nivel extremo, por la sensación de indefensión [desvalimiento] y niveles más bajos de actividad (es decir, un estado de conservación y de retracción) (Schore, 2003a). Con una tendencia a limitar la expresión de la emoción (Cassidy & Shaver, 1999), esta “sobrerregulación” indica una reducción de la capacidad de vivenciar el afecto ya sea positivo o negativo, y podría contribuir a un descenso del umbral de activación en contextos socioemocionales y a los desequilibrios a nivel de modulación (es decir, dificultades en salir de los estados de baja activación y en moderar la activación elevada). Dada la ausencia relativa de un cuidador accesible, al niño inseguro-evitativo se le arrebata la oportunidad de satisfacer las necesidades de conexión social y de forma característica desarrolla una preferencia por las tendencias autorreguladoras que no dependen de la presencia de ninguna otra persona. El niño puede aprender a modular la activación fisiológica en soledad, volviéndose hacia dentro [es decir, introvertiéndose] a través de la lectura, las ensoñaciones diurnas y el mundo de la fantasía. Aunque por lo general sumiso [obediente, complaciente], este niño puede expresar frustración en la relación con sus iguales, donde las conductas propias del apego evitativo se asocian ocasionalmente con hostilidad, agresividad [violencia] y problemas de conducta. (Allen, 2001; Crittenden, 1995; Sroufe, 1997; Weinfield, Stroufe, Egeland y Carlson, 1999). Las habilidades de regulación relacional y de conexión social necesarias para resolver los conflictos interpersonales suelen estar infradesarrolladas en las personas de estas características.


El apego inseguro-ambivalente y la regulación

Por su parte, los niños con un estilo de apego inseguro-ambivalente tienden a tener un sistema nervioso predominantemente simpático (Cozolino, 2002; Schore, 2003a), junto con un umbral de activación bajo y una dificultad concurrente en mantener la activación dentro del margen de tolerancia. La receptividad inconsistente del cuidador primario le ha enseñado al niño a intensificar las señales para reclamar la atención, aumentando la alteración [la angustia] en escalada con objeto de solicitar los cuidados (Allen, 2001). Estos niños son propensos a los estados de elevada activación insuficientemente controlados, junto con un aumento de la reactividad emocional combinada con una incapacidad de modular la alteración, lo que les vuelve vulnerables a las perturbaciones relacionadas con el déficit en los procesos de regulación (Schore, 2003a). Menos capacitados para la autorregulación, de adultos el aislamiento les resulta estresante: dado que tienen problemas en tolerar la soledad, se aferran al contacto con otras personas y se vuelven excesivamente dependientes de la regulación relacional, pero al mismo tiempo vivencian un déficit en la capacidad de sentirse calmados y tranquilizados con facilidad dentro del contexto de una relación. Aunque busca la conexión social, la persona mantiene la propensión a la hiperactivación, debido en parte a la hipervigilancia desarrollada a raíz de la experiencia previa de actitudes intrusivas por parte de la figura primaria de apego.


El apego desorganizado/desorientado y la regulación

La hiperactivación y la hipoactivación están ambas implicadas en la reacción psicobiológica del infante a los cuidadores atemorizados o atemorizantes, en relación con los cuales el sistema de conexión social permanece funcionalmente desconectado durante buena parte del tiempo. El estilo de apego desorganizado/desorientado en los niños aparece asociado a la tasa cardíaca elevada, intensas reacciones de alarma, niveles más elevados de cortisol, y conducta que podría indicar un aumento del tono vagal dorsal como, por ejemplo, quedarse inmóvil, entrar en un trance breve, falta de reacción y apagamiento (schore, 2001). En la fase inicial de la amenaza, los niños manifiestan una activación simpática acompañada de reacciones de alarma, aumento de la tasa cardíaca, de la respiración y de la presión sanguínea, y habitualmente llantos o gritos (Schore, presentado para su publicación). Pero cuando la activación simpática no puede ser regulada, es posible que se produzca un giro rápido en dirección a la hipoactivación. El cuerpo sufre “una transición repentina y rápida de una estrategia fallida de forcejear recurriendo a una activación simpática masiva, a un estado de inmovilización metabólicamente [mucho más] conservador simulando la muerte, asociado a la activación del complejo vagal dorsal” (Porges, 2001a, p. 136). De este modo, las reacciones mediatizadas por el sistema simpático pasan rápidamente “de las modalidades de regulación relacional a las modalidades de autorregulación menos complejas y de más larga duración” (Schore, presentado para su publicación). Durante estos estados de hipoactivación fisiológica, observados en los recién nacidos (Bergman, Linley, & Fawcus, 2004; Spitz, 1946), el infante no responde a la regulación relacional (Schore, presentado para su publicación). La traumatización relacional temprana genera en el infante estados afectivos y fisiológicos negativos prolongados, los cuales, a su vez, “generan unos sistemas orbitofrontales inmaduros e ineficaces, obstaculizando el desarrollo de formas superiores más complejas de regulación afectiva” (Schore, presentado para su publicación). Estos estados negativos también dejan al niño con un sistema de conexión social debilitado. (…) unas habilidades de regulación relacional infradesarrolladas o ineficaces, además de unas habilidades de autorregulación dañadas; estas personas permanecen o alternan entre las zonas de hiperactivación o de hipoactivación durante prolongados períodos de tiempo.
 
LA RESPUESTA DE ORIENTACIÓN

Las reacciones físicas y psicológicas a los estímulos tanto internos como externos se fundamentan en las respuestas de orientación y se extrapolan [valoran] a partir de las mismas. Aquello a lo que dirigimos nuestra atención, hacia lo que nos orientamos, determina ya no sólo nuestras acciones físicas, sino también nuestras acciones mentales. Nos mantenemos preparados para orientarnos [conservamos la disposición a la orientación] constantemente, durante el sueño y durante la vigilia (Sokolov, Spinks, Naatanen y Heikki, 2002), y dicha preparación es tanto física como psicológica. Los componentes de la orientación incluyen girar la cabeza y concentrar los órganos sensoriales en el objeto de la orientación. Además, se produce “una intensificación perceptual, una preparación motriz y el oportuno ajuste sensoriomotriz” y “la naturaleza de estos cambios [se] incluye en el correspondiente pronóstico sobre los hechos, las acciones o el procesamiento de la información ulteriores [futuros]” (Sokolov et al., 2002, p. 239). De este modo, la preparación constante para la orientación y el acto de orientarse son fundamentales para el procesamiento de la información. La orientación determina la calidad, la modalidad y la cantidad de datos recibidos por los sistemas de procesamiento sensoriomotriz, emocional y cognitivo que después servirán para guiar nuestras acciones.

(…)

La orientación tiene lugar a un nivel tanto manifiesto como encubierto.

La orientación manifiesta incluye acciones físicas visibles asociadas a girar los órganos sensoriales, particularmente los ojos, y con frecuencia la cabeza y el cuerpo, en dirección a un estímulo del entorno. Esta modalidad de orientación suele ser altamente automática, independiente en su mayor parte del conocimiento consciente y generada habitualmente de forma refleja ante la presencia de un estímulo novedoso o inesperado. Pero a medida que va madurando el córtex durante el transcurso del desarrollo, la orientación manifiesta también incluye algunos componentes descendentes en virtud de los cuales seleccionamos voluntariamente determinados objetos dentro de un proceso activo, estratégico.

Por contraste, la orientación encubierta no requiere ningún cambio muscular. En su lugar, un desplazamiento “interno” o “mental” de la atención de un estímulo ambiental a otro indica una orientación interna que no suele ser visible para el observador externo (Posner, Walker, Friedrich y Rafal, 1984).

Estas dos modalidades de orientación están estrechamente relacionadas: por lo común un cambio repentino en el entorno inducirá simultáneamente una orientación tanto manifiesta (observable) como encubierta (no observable). La reacción inicial asociada a la orientación manifiesta suele verse seguida inmediatamente de la orientación encubierta, cuando la atención interna también se concentra en el objeto de la orientación, y en ese caso pueden cesar los cambios conductuales visibles asociados a la orientación manifiesta. La orientación manifiesta y la orientación encubierta también pueden actuar independientemente una de otra; por ejemplo, podemos orientarnos manifiestamente mirando a un objeto del entorno al tiempo que simultáneamente centramos nuestra atención interna en algo totalmente diferente.

Las personas con trastornos de origen traumático suelen tener dificultades en sincronizar la orientación manifiesta y la orientación encubierta. Pueden orientarse manifiestamente hacia los estímulos cotidianos al tiempo que se orientan encubiertamente hacia estímulos internos relacionados con el trauma: el pulso acelerado, una imagen intrusiva o pensamientos relacionados con la sensación de incapacidad y de fracaso.

(…)

En el caso de las personas traumatizadas, las tendencias de orientación desadaptativas incluyen:
1) una hipersensibilidad a los pequeños cambios ambientales o internos;
2) una tendencia a orientarse excesivamente hacia estímulos arcaicos relacionados con el trauma; y
3) una incapacidad de discriminar y valorar el contexto de los estímulos, sobre todo en relación con las indicaciones que podrían señalar peligro en determinados contextos pero no en otros.

(…)

Las personas traumatizadas han afianzado unas tendencias de orientación disfuncionales a las que están sobrehabituados o sobresensibilizados. En uno y otro caso, estas respuestas se incrustan [cristalizan, se filtran] en las tendencias posturales y motrices.

EJEMPLO
Bettina desarrolló unas determinadas tendencias de orientación dentro del contexto de una historia familiar temprana caracterizada por la violencia. Estas tendencias a ignorar lo que le rodeaba le ayudaban a regular su nivel de activación: la paciente previsiblemente se orientaba hacia adentro, en lugar de hacia fuera, lejos de lo que percibía como un entorno amenazante. Los hábitos posturales de mirar hacia abajo y hacia otro lado disminuían todavía más su capacidad de orientarse hacia los estímulos del entorno y valorarlos, dejándola preocupada con sus sensaciones, pensamientos y emociones internas perturbadoras.

(…)

El grado de concentración o de alerta en relación con la conciencia de un estímulo se conoce como la calidad de la atención o el nivel de conciencia. Para que la atención sea adaptativa, se requiere la capacidad de mantener tanto la concentración alerta como el control descendente (ejecutivo).

Son muchas las personas traumatizadas que se muestran fijadas de forma refleja y desatentas de forma refleja; alternan entre los extremos de la fijación y la distraibilidad. Pueden hacer un barrido hipervigilante del entorno, orientándose brevemente hacia una variedad de estímulos indiferenciados [sin discriminación], o pueden quedar fijados involuntaria y compulsivamente a un determinado estímulo en particular, incapaces de redirigir la atención [en otra dirección]. Desplazar la orientación y la atención de los estímulos externos a los internos, o de los internos a los externos, plantea una dificultad adicional, dado que la persona traumatizada suele distraerse enormemente tanto a causa de los estímulos internos como ambientales.

Las intervenciones psicoterapéuticas deben ayudar a los pacientes a reorientarse y redirigir la atención en un esfuerzo por “despegarse” de determinados estímulos en particular y concentrarse más en otros que revistan una importancia inmediata. Guiar a los pacientes para que orienten físicamente su cuerpo en dirección a nuevos estímulos y formularles preguntas que les ayuden a focalizar la atención como, por ejemplo, “¿Qué ves ahí?”, “¿De qué color es?”, ”¿Ves los pequeños dibujos que se repiten en la tela?”, “¿Cómo son los dibujos?”, puede contribuir a sacarles del callejón sin salida [impasse]. Para ayudar a los pacientes a concentrar la atención en el cuerpo, el terapeuta puede hacerles preguntas que únicamente se pueden responder prestando una aguda atención a las sensaciones corporales: “¿Cómo de grande es la sensación? ¿Del tamaño de un pomelo? ¿De una pelota de béisbol? ¿Cómo un pinchazo? ¿En que dirección empuja la tensión: hacia adentro o hacia afuera, hacia la izquierda o hacia la derecha?”.


EL EFECTO DE LAS CREENCIAS SOBRE LA ORIENTACIÓN Y LA ATENCIÓN

La conducta adaptativa requiere la anticipación de hechos significativos portadores de información y de preparación por adelantado de las respuestas [oportunas]. Disponemos de una ventaja evolutiva, si podemos predecir hechos significativos y prepararnos de antemano decidiendo cómo vamos a procesar y a responder a la información que se avecina (Sokolov et al., 2002). Así pues, la orientación “se caracteriza por una búsqueda activa de información nueva sobre la base de la comparación y la reevaluación de las hipótesis de trabajo presentes en el cerebro”.

(…)

Buena parte de lo que vemos está teñido y organizado por [estructurado en función de] lo que esperamos ver. Las indicaciones hacia las que los pacientes se ven compelidos a orientarse, y que mantienen su atención, es probable que sean aquellas que verifican las creencias implícitas respecto de ellos mismos y del mundo.

EJEMPLO
Susan tenía unas tendencias de orientación y de atención que procedían de las creencias que cristalizaron a través de la dinámica de sus primeras relaciones. Creció con unos padres que estaban absortos en sus carreras profesionales y en su relación mutua, y la paciente decía no haberse sentido apoyada ni haber tenido la impresión de que se preocuparan por ella durante toda su niñez. Decía que se había sentido “sola” la mayor parte de su vida y habló de una niñez en la que tenía que prepararse sus propias comidas, decirle a sus padres cuándo necesitaba ropa nueva y debió volverse independiente desde muy pronto. La hipótesis, o la creencia, que se formó era: “Jamás tendré a nadie que me ayude, así que tendré que hacerlo todo yo misma”. Su actitud y su lenguaje corporal reflejaban esta creencia: el cuerpo de Susan mostraba un tono [muscular] elevado y se movía con rapidez, los brazos le colgaban con las palmas mirando hacia adentro (lo que refirió que indicaba su reticencia a alargar la mano hacia los demás) y tenía dificultades en mirar a los ojos. Su creencia, reforzada por su actitud y sus movimientos físicos, hacía que de forma habitual la paciente se orientase distanciándose de las señales que indicaban la disponibilidad de un apoyo fidedigno. No advertía los ofrecimientos de ayuda de los demás. Se quejaba de que su marido la había decepcionado de una forma similar a como lo habían hecho sus padres; sin embargo, su frustrado marido declaraba que repetidamente le tendía una mano, pero ella la rechazaba una y otra vez o simplemente no respondía, de manera que al final había dejado de intentarlo. Susan claramente no se orientaba ni prestaba atención a las indicaciones que refutaran su creencia; en su lugar, se concentraba en las señales que le recordaban su pasado y que verificaban su creencia de que nadie la apoyaba.

(…)

La plena conciencia respecto del proceso de orientación introduce una discontinuidad terapéutica [un hueco, un espacio intermedio] entre el estímulo y la respuesta (Kurtz, 1990): en lugar de orientarse inconscientemente hacia los estímulos traumáticos, el paciente aprende a observar el proceso de orientación y a presenciar las distintas fases de la respuesta de orientación. En lugar de verse impulsado por las reacciones habituales, el paciente siente curiosidad y se vuelve cada vez más observador –el primer paso en dirección a cambiar las tendencias de orientación relacionadas con el trauma y las reacciones defensivas habituales que obligatoriamente les siguen.
 
Tres fases del tratamiento del trauma

El tratamiento del trauma dentro del enfoque sensoriomotriz se divide en tres fases. La primera fase está consagrada a la reducción de síntomas y la estabilización, la segunda fase al tratamiento de los recuerdos traumáticos, y la tercera fase a la integración de la personalidad y a la rehabilitación. Si bien las tres fases se formulan secuencialmente, en su aplicación clínica tienden a evolucionar en espiral. Por ejemplo, los pacientes que se han estabilizado en la fase 1 del tratamiento suelen desestabilizarse durante la difícil tarea de abordar los recuerdos traumáticos en la fase 2, necesitando volver a las intervenciones de la fase 1 para llevar de vuelta la activación fisiológica dentro del margen de tolerancia.

El cuerpo participa de diferentes formas en las tres fases del tratamiento.

En la fase 1, los pacientes aprenden a mantener la activación fisiológica dentro del margen de tolerancia en base a reconocer los estímulos desencadenantes, cambiar las tendencias de orientación y limitar el acceso a las situaciones sobreestimulantes. La activación innecesaria de las reacciones defensivas que invaden el funcionamiento de otros sistemas de acción se mitiga mediante el uso de algunos recursos somáticos. Se enfatiza la conciencia del cuerpo, de manera que los pacientes puedan aprender a reconocer los signos somáticos incipientes de la hiperactivación y de la hipoactivación, y a utilizar los recursos somáticos para devolver la activación fisiológica dentro de los límites del margen de tolerancia. Los pacientes se familiarizan con los conceptos de núcleo y periferia corporal, y aprenden a utilizar los recursos autorreguladores correspondientes principalmente al núcleo corporal, y los recursos reguladores relacionales que conciernen principalmente a la periferia del cuerpo, con objeto de cambiar los movimientos y las sensaciones corporales a fin de facilitar la activación óptima. Las habilidades de autocuidado [la capacidad de cuidar bien de uno mismo] que permiten estabilizar el sistema de acción responsable de la regulación de la energía, tales como el dormir con regularidad y los hábitos alimentarios, también se establecen en la fase 1.

EJEMPLO FASE UNO: AMY
La tendencia de siempre que mostraba Amy a la hipoactivación, la conformidad y la sumisión habían “hundido” de hecho su postura, con la cabeza colgando [cabizbaja] y los hombros caídos [es decir, cargada de espaldas], generando unas tendencias físicas duraderas que interferían con su capacidad de regulación. De adulta, estas tendencias físicas, junto con las distorsiones cognitivas que rebajaban su concepto de sí misma, generaron graves consecuencias: Amy se sometía rutinariamente al maltrato físico de su novio. Aunque manifestaba su deseo de dejar la relación, hasta la fecha no lo había logrado. Al insistir en la prioridad de la fase 1 de restablecer la seguridad, la terapeuta se concentró en los recursos somáticos que permitieran primeramente cuestionar y después reorganizar su tendencia a la hipoactivación y la conformidad.
Dado que los pacientes suelen sentir las defensas inmovilizadoras, del tipo de la paralización o de la sumisión, como un defecto personal, es importante redefinirlas como recursos para la supervivencia que les ayudaron a sobrevivir a la traumatización de la que no había posibilidad de escapar. Cuando el terapeuta valida los subsistemas defensivos del paciente como estrategias de afrontamiento que se vieron obligados a utilizar; los pacientes se ven alentados a verlos como capacidades en lugar de como debilidades, y en ese caso pueden trabajarlas más eficazmente con objeto de poder desmantelar su activación crónica. A medida que los pacientes comienzan a valorar estos recursos para la supervivencia, su sensación de impotencia y su identidad como víctimas se ven cuestionadas.

EJEMPLO FASE UNO: AMY
Por ejemplo, Amy reconoció en terapia que el tratar de forcejear con su agresor o de escapar corriendo cuando era niña habría estado desacertado, y que su “recurso de supervivencia” consistente en la conformidad y la sumisión automáticas minimizaron la gravedad de la traumatización en aquel entonces.

Jamás se corre el riesgo de tener “demasiados” recursos: la intención de desarrollar los recursos somáticos debe ser siempre la de ampliar el repertorio actual de movimientos y sensaciones, en lugar de suprimir las estrategias de afrontamiento ya existentes (incluso muchas de las estrategias desadaptativas). El objetivo de trabajar los recursos en la fase 1 es desarrollar una gama de recursos somáticos lo suficientemente amplia como para poder modular la activación fisiológica.

EJEMPLO FASE UNO: AMY
La terapeuta de Amy le enseñó a establecer unos límites personales como alternativa a la conducta obediente y sumisa. Sirviéndose de su propio cuerpo, se ofreció a ejemplificar una organización física y psicológica más asertiva a fin de contrarrestar la tendencia a la sumisión de la paciente: el movimiento de enderezar la columna para mantenerse más erguida y diciendo “no” de forma no verbal a través de la postura y la actitud. Con tacto, la terapeuta contrastó este movimiento con la postura hundida de Amy y le pidió que probara ambas opciones, de manera que pudiera vivenciar por sí misma cuál de ellas favorecía más sus límites personales. A continuación, la paciente practicó la nueva alternativa hasta que comenzó a sentirse más cómoda, sólida y conectada con las emociones y las cogniciones que acompañaban al “¡no!”. A través de su disposición a ejemplificar distintos movimientos, la terapeuta normalizó el movimiento como un recurso y ayudó a Amy a reflejar [especularmente] sus acciones.


En la fase 2, se abordan los fragmentos mnémicos no integrados –las sensaciones físicas, las intrusiones sensoriales, las emociones y las acciones. Los pacientes proceden a identificar e incorporar los recursos que les ayudaron a afrontar los hechos traumáticos y aprenden a utilizar el cuerpo para descubrir acciones que les brinden una sensación de dominio incluso en el momento de rememorar estos hechos traumáticos pasados. A través de la conciencia de los impulsos físicos que afloran al evocar los recuerdos, los pacientes descubren y llevan a término los “actos de triunfo” innatos, las defensas movilizadoras que fueron ineficaces en el momento de la traumatización original. La práctica de estas acciones defensivas fortalecedoras disminuye la vivencia de indefensión y de vergüenza. A medida que las acciones movilizadoras desplazan a las defensas inmovilizadoras y se asocian en su lugar a los recuerdos traumáticos, se genera una sensación de dominio sobre el pasado traumático.

EJEMPLO FASE DOS: BOB
Cuando Bob recordó un momento difícil de un accidente de automóvil en el que sufrió heridas de consideración, refirió que sintió que no tenía ningún recurso. Sin entrometerse demasiado en este momento tan delicado, el terapeuta sugirió amablemente: “De algún modo, pudiste salir con vida; podías perfectamente haber muerto”. Bob asintió con la cabeza y el terapeuta le preguntó con tacto: “¿Qué fue lo que hiciste que te sirvió de ayuda en aquel momento tan terrible?”. Después de una pausa, el paciente contestó: “Me mantuve muy quieto”. En medio de la sensación de una indefensión extrema, el paciente había encontrado un posible recurso. El terapeuta respondió tratando de ayudarle a profundizar en la experiencia, diciendo: “De alguna forma, sabías que eso te podía ayudar, otra persona podría no haber tenido la intuición de hacer eso”.

Mientras exploraba esta capacidad, recordada espontáneamente, de permanecer físicamente inmóvil, el paciente pudo sentir a nivel corporal que la inmovilidad le ayudó a sentirse menos indefenso. Mientras ambos prosiguieron repasando la vivencia del recuerdo de permanecer tan quieto, el paciente refirió una sensación de mayor confianza en sí mismo y en su cuerpo. Lo que le permitió valorar el recurso en sus propios términos fue el ritmo lento y la delicada receptividad del terapeuta, tratando de encontrar las palabras justas para dirigir la apreciación de Bob hacia aquel momento, de manera que el paciente pudiera hacer el descubrimiento por sí mismo. Los comentarios prematuramente positivos o elogiosos habrían sacado al paciente de la experiencia de tener recursos, en lugar de ayudarle a profundizar en ella.

Señala Janet elocuentemente: “Los pacientes afectados por los recuerdos traumáticos no han sido capaces de realizar ninguna de las acciones características de la fase del triunfo…” (1925). Más recientemente, sugiere Van der Kolk que “realizar las acciones que habrían contribuido a vencer la sensación de indefensión en el momento en que tuvo lugar la experiencia que se convirtió en traumática, y expresar las correspondientes sensaciones asociándolas al recuerdo del trauma, contribuye eficazmente a que las personas puedan superar sus traumas” (2002).

Las reacciones defensivas movilizadoras fallidas pueden perpetuar las tendencias de acción, aplazar la resolución del trauma, y avivar los síntomas perturbadores relacionados con el trauma. Vendría a ser como si el tiempo se hubiera detenido en el momento de la amenaza y el cuerpo siguiera reproduciendo la secuencia de los hechos: se percibe la amenaza, las defensas movilizadoras se ven estimuladas, y a continuación se detienen repentinamente, seguido de una activación desregulada persistente y de las defensas inmovilizadoras asociadas a la paralización, el derrumbe y el entumecimiento. Cada vez que se activa el recuerdo traumático, el paciente puede sentir el inicio somático de una reacción defensiva movilizadora seguida de su interrupción.

El enfoque sensoriomotriz de los recuerdos traumáticos aborda las reacciones defensivas incompletas que, una vez acabadas, favorecen una sensación de dominio y de “triunfo”.

EJEMPLO FASE DOS: MARTÍN
Cuando Martín comenzó a hablar de su experiencia en Vietnam, sus manos descansaban inmóviles sobre sus rodillas. A continuación, el terapeuta advirtió que sus dedos se movían ligeramente hacia arriba, sugiriendo un movimiento más amplio de protección. Este movimiento se produjo justamente cuando Martín recordaba haber tenido la sensación de que alguien le estaba apuntando, aunque no podía ver al enemigo. El terapeuta le pidió a Martín que interrumpiera su narración –que “dejara a un lado” momentáneamente el contenido- con el fin de concentrar la atención exclusivamente en sus manos, para ver qué “querían hacer” a nivel somático. Martín dijo sentir que sus brazos querían elevarse hacia arriba. Cuando el terapeuta le alentó a permitir este movimiento, el paciente refirió que sus brazos querían moverse hacia arriba en un gesto protector. Mientras se concentraba en este movimiento, Martín comenzó a notar un ligero cambio. En lugar de cubrirse la cabeza con los brazos y de paralizarse en una actitud defensiva inmovilizadora habitual en él, dijo que había sentido en el brazo la sensación de querer apartar a un lado.

El terapeuta alentó la escenificación pausada de esta defensa movilizadora, que no había sido posible llevar a cabo en el momento de la traumatización original, sosteniendo una almohada para que Martín pudiera hacer el gesto de empujar contra ella. El terapeuta le pidió a Martín que transitoriamente hiciera caso omiso de todos los recuerdos y se centrara únicamente en su cuerpo, con objeto de encontrar la forma de empujar que le resultara más cómoda y “adecuada”. El locus interno de control de Martín aumentó mientras era alentado a guiar esta exploración física, informándole al terapeuta de la presión que éste debía utilizar para resistir el empuje del paciente contra la almohada, de la posición en la que el terapeuta debía colocarse y demás.

En determinado momento, mientras Martín estaba practicando el movimiento de empujar dijo que sentía pánico. El terapeuta le pidió que se centrara únicamente en los componentes físicos del pánico, que Martín describió como aceleración del pulso y hormigueo [tingling], y no tanto en el componente emocional. Esta fue una directriz importante cuya intención era separar las emociones de las sensaciones físicas basadas en el trauma, de manera que el procesamiento sensoriomotriz pudiera tener lugar sin la interferencia de los procesos emocionales –y sin sobrecargar a Martín con más información de la que pudiera integrar eficazmente. Mientras el paciente se concentraba únicamente en sus sensaciones corporales y seguía sintiendo el gesto de empujar junto con la aceleración del pulso y el hormigueo, el terapeuta rastreó sus reacciones corporales y formuló declaraciones de contacto respecto de la experiencia somática, tales como “La fuerza del empuje está aumentando” y “Ahora parece que te vas calmando”. El pánico de Martín, vivido no como una emoción sino como una aceleración del pulso, comenzó a disiparse, y se le instruyó nuevamente para que tomara plena conciencia de los detalles de sus sensaciones: “¿Qué pasa mientras tu corazón se tranquiliza y continúas empujando? ¿Qué sientes en la espalda y en la columna?”. Lenta y conscientemente, el paciente fue capaz de vivenciar una secuencia completa de reacciones defensivas activas: levantar los brazos, empujar con indecisión al principio, después aumentando la presión y utilizando los músculos de la espalda, la pelvis y las piernas.

Mientras el terapeuta seguía formulando declaraciones de contacto y preguntas para favorecer la conciencia plena, con objeto de garantizar que Martín se concentrara atentamente en las sensaciones, el paciente comenzó a sentir el placer físico de empujar, diciendo: “¡Esto sienta genial!”. Martín fue alentado a empujar todo el tiempo que quisiera, hasta que le pareciera que el ejercicio estaba concluido. Una vez que la secuencia defensiva fue exhaustivamente explorada y acabada, Martín estaba más calmado, su activación había vuelto a estar dentro del margen de tolerancia, y reanudó el relato de la historia –hasta que los componentes somáticos volvieron a verse estimulados y el procesamiento sensoriomotriz comenzó nuevamente.


En la fase 3, con las habilidades somáticas necesarias para mantener la activación fisiológica en un nivel tolerable, la experiencia encarnada [la vivencia corporal] de las acciones fortalecedoras [empowering, que favorecen la sensación de seguridad y de dominio] en relación con los recuerdos traumáticos, junto con la conciencia y la confianza crecientes en el cuerpo como un aliado en lugar de como un enemigo, los pacientes están psicológicamente equipados y somáticamente reforzados para volver su atención en dirección a enriquecer sus vidas cotidianas. Los recursos aprendidos en las fases anteriores del tratamiento se utilizan nuevamente en la fase 3 para respaldar la experiencia de asumir riesgos sanos y una implicación y participación más activa en el mundo. Los pacientes se familiarizan con la relación dinámica entre el núcleo y la periferia corporal y descubren de qué forma la integración del núcleo y de la periferia fomenta la acción adaptativa y el descubrimiento de un nuevo sentido. Se analizan las distorsiones cognitivas –y las formas mediante las cuales el cuerpo contribuye a mantenerlas- con objeto de ayudar a los pacientes a cambiar las creencias negativas y emprender los sistemas de acción asociados a la vida cotidiana con una satisfacción cada vez mayor.

Los objetivos principales de la Fase 3 consisten en ayudar a los pacientes a:
(1) identificar las creencias reflejas,
(2) explorar de qué forma estas creencias se interrelacionan con las tendencias físicas,
(3) aguantar [endure] los afectos asociados,
(4) considerar [revisar] las inexactitudes de las creencias, y
(5) seguir desarrollando su capacidad de integración para cuestionar y reestructurar dichas creencias y sus equivalentes somáticos.

EJEMPLO FASE TRES: SUE
Sue, que sufrió abusos sexuales constantes durante la niñez por parte de alguien que no formaba parte de su familia, había desarrollado dos creencias relacionadas con el trauma: “Estoy corrompida [manchada, marcada]” y “Todos los hombres son peligrosos”. Estas creencias le impedían tener relaciones sexuales. Su cuerpo reflejaba estas creencias a través de los hombros redondeados [hacia adelante] que Sue decía que “ocultaban” sus pechos para que los hombres no se fijaran en ella; la tendencia a mantener la cabeza baja, lo que constituía un eco de su sensación de estar manchada, y la hiperactivación crónica.

Sue también había elaborado la creencia no relacionada con el trauma de que “Tengo que ser una triunfadora para que me quieran”, lo que se desprendía del hecho de haber sido educada por unos padres extremadamente brillantes que insistían en que había que ser excelente en todo lo que uno se propusiera. El cuerpo de Sue estaba movilizado para la acción a través de la presencia de una tensión general, su respiración era fuerte y superficial, y sus movimientos eran rápidos e incesantes. Incluso cuando estaba sentada, tenía alguna parte del cuerpo en movimiento: sacudía las piernas y se revolvía en la silla. Estas tendencias físicas reforzaban su necesidad de permanecer activa y de triunfar a cualquier precio, lo que combinado con sus creencias relacionadas con el trauma, la impulsaban a trabajar adictivamente y a ser incapaz de relajarse.

En terapia, la paciente descubrió la interrelación entre su trauma y las distorsiones cognitivas no relacionadas con la traumatización. Sue descubrió que la hiperactivación de origen traumático que sentía con tanta frecuencia le impelía a desarrollar una actividad constante, y que sus obligaciones profesionales inexorables le distraían de su dolor [sorrow, tristeza, pena] por sentirse demasiado corrompida [manchada, sucia] como para resultarle atractiva a ningún hombre.
 
La memoria traumática

La memoria no es un proceso unitario sino una red de sistemas interconectados que contribuye al almacenamiento y la recuperación de la información (Cordon, Pipe, Mayfan, Melinder y Goodman, 2004). El cuidadoso reconocimiento clínico y la capacidad de distinguir y de trabajar con la memoria declarativa o memoria guardada explícitamente en un formato verbal narrativo consciente, y la memoria implícita, no verbal, evocada por los recuerdos traumáticos, es crucial para la labor de la psicoterapia sensoriomotriz.

Cuando rememoramos una experiencia del pasado junto con la sensación subjetiva de que estamos recordando algo, estamos recuperando la memoria explícita. Este tipo de memoria es accesible verbalmente y “posibilita los recuerdos autobiográficos normales que se pueden recuperar ya sea automáticamente o mediante la utilización de procesos estratégicos deliberados” (Brewin, 2001, p.375). La recuperación de la memoria explícita suele ser una forma de “modificación mnémica” más que una rememoración exacta de los hechos (Siegel, 2003). En razón de ello, el recuerdo no es necesariamente algo objetivo desde el punto de vista “fáctico”; antes bien, supone un proceso “activo y [re]constructivo”, sujeto a distorsiones y revisiones sobre la base del estado emocional de la persona en el momento del recuerdo, y de las asociaciones con las experiencias tanto anteriores como subsiguientes (Van der Kolk, 1996b). Schachtel explica que la memoria explicita “se puede entender como la capacidad de organizar y de reconstruir las experiencias y las impresiones pasadas en función de las necesidades, los miedos y los intereses del presente” (1947, p.3). Al igual que todas las narrativas, los recuerdos explícitos se elaboran con objeto de “contar la historia”: se elaboran aquellos detalles esenciales para los elementos principales de la historia, en tanto que otros detalles pueden descartarse o convertirse en parte del subtexto (Janet, 1928; Van der Kolk y Van der Hart, 1989). Los elementos de la memoria traumática que son accesibles verbalmente se pueden revisar, reproducir y poner en relación con el conocimiento autobiográfico individual, de manera que el trauma queda “representado dentro de un contexto personal completo que abarca el pasado, el presente y el futuro” (Brewin, 2001, p. 375).

Por el contrario, la memoria implícita es la memoria de los aspectos no verbales de la experiencia: el olor del desván de la abuela, la tensión del cuerpo ante el sonido de una sirena, la expansión del pecho al recordar la visión de una puesta de sol sobre el océano, y así sucesivamente. Los recuerdos implícitos se definen mejor como estados mnémicos somáticos y afectivos, que no vienen acompañados de una sensación interna de que se está recordando algo del pasado (Siegel, 1999, 2001). Los recuerdos implícitos suelen ser “accesibles situacionalmente”, siendo activados en la vida actual del paciente por los estímulos tanto internos como externos que recuerdan al trauma: los recuerdos implícitos [contienen] información obtenida a partir del procesamiento perceptual de nivel inferior, más amplio, de la escena traumática (p. ej., información visoespacial que ha sido objeto de un procesamiento consciente limitado) y de la respuesta corporal (p. ej., autónoma, motriz) de la persona a la misma” (Brewin, 2001, p. 375). Esta modalidad de memoria incluye la reactivación de los componentes sensoriomotrices de la memoria que emergen en respuesta a los recuerdos traumáticos, y que habitualmente no suelen estar integrados con los componentes explícitos, accesibles verbalmente.

(…)

Cuando los recuerdos no se pueden organizar a través del lenguaje, se organizan en un nivel más primitivo de procesamiento de la información (Piaget, 1962) que comprende tres modalidades de memoria implícita: procedimental, perceptual y emocional (Siegel, 2003). La persona traumatizada “recuerda” a través de estas tres vías: a través de las tendencias de acción somáticas (memoria procedimental), de las intrusiones sensoriales y las sensaciones físicas (memoria perceptual) y de los estallidos emocionales (memoria emocional).

De particular importancia dentro del enfoque sensoriomotriz de los recuerdos traumáticos es la memoria procedimental, la cual se “expresa bajo la forma de actos [acciones] conductuales independientes del almacenamiento de las representaciones cognitivas” (Sokolov et al.,). La naturaleza inconsciente de la memoria procedimental es eficiente. Ello nos permite realizar muchas tareas de forma automática, y explica muchas de las tendencias conductuales que nos ayudan a afrontar el trauma, así como las tendencias defensivas que persisten mucho tiempo después de que haya pasado el peligro.

(…)

Alterar la memoria procedimental

Gribsby y Stevens sugieren que alterar lo que se ha aprendido implícitamente, procedimentalmente, es más eficaz de cara a modificar los estilos disfuncionales que el hecho de hablar de qué fue lo que pasó originalmente y que generó dichos estilos: “Hablar de antiguas experiencias (es decir, recuerdos episódicos), o discutir [hablar de] determinadas ideas e información con un paciente (el sistema [de codificación] propio de la memoria semántica) puede, en el mejor de los casos, ser una forma indirecta de trastocar las conductas que las personas realizan rutinariamente”. Para que se produzca un cambio, es preciso “alterar” el aprendizaje procedimental –y en especial las tendencias corporales. Puede que no baste con ganar en comprensión [insight, lucidez, percepción y conocimiento profundo]: es preciso cambiar la tendencia a escenificar [representar, reproducir] somáticamente la antigua característica. Acciones nuevas deben reemplazar a las antiguas. (A este respecto, las cogniciones son útiles para motivar a emprender otras acciones diferentes)

Gribsby y Stevens describen dos formas de abordar el aprendizaje procedimental en terapia: “La primera consiste en… observar, en lugar de interpretar, lo que tiene lugar, y llamar repetidamente la atención sobre ello. Esto en sí mismo tiende a alterar el automatismo con el que se expresa habitualmente el aprendizaje procedimental. La segunda táctica terapéutica consiste en emprender actividades que alteren directamente lo que se ha aprendido procedimentalmente”.
 
El núcleo y la periferia del cuerpo

(La importancia de nuestras posturas y movimientos para nuestros pensamientos y emociones)

En una sobresimplificación con objeto de trazar el mapa de los recursos somáticos, distinguiremos entre los recursos relacionados con el núcleo y los recursos relacionados con la periferia corporal. El núcleo físico del cuerpo comprende la pelvis, la columna y la caja torácica; la periferia física comprende los brazos y las piernas. El núcleo brinda apoyo y estabilidad a la estructura, y se arraiga firmemente a través del interior de las piernas. La periferia brinda movilidad e interrelación con el entorno.

Hablando en términos generales, los recursos somáticos que incluyen la conciencia y el movimiento del núcleo corporal (centrarse, arraigarse, respirar, alinearse), brindan una sensación de estabilidad interior física y psicológica y, por consiguiente, contribuyen a la autorregulación. Los recursos somáticos que favorecen la conciencia y el movimiento de la periferia (apartar a un lado, dirigirse a [alcanzar, llegar], locomoción [movilidad]) tienden a facilitar las habilidades sociales y la interrelación con el mundo en general, y contribuyen a desarrollar la capacidad para la regulación relacional. Dentro de este esquema sobresimplificado, el núcleo sería un “pilar de apoyo” para el movimiento de las extremidades; a su vez, la interrelación positiva del entorno contribuye al desarrollo del núcleo y brinda la sensación de “tener un centro”.

Como consecuencia de la desatención grave o los abusos durante la niñez, la víctima traumatizada “puede [ya sea] buscar rodearse de otras personas constantemente, o bien aislarse completamente”. El estilo asociado a la regulación relacional sugiere una confianza mayor en la periferia corporal con vistas a la regulación y una falta de conexión con el núcleo del cuerpo y consigo mismo. Las estrategias autorreguladoras confían más en el núcleo corporal y se acompañan de los correspondientes déficits en la capacidad de utilizar los brazos eficazmente para entrar en contacto [extenderse hacia] y establecer unos límites personales en la relación con los demás; o las piernas, para acercarse y alejarse de los objetos o de las personas del entorno. En razón de ello, se podría entender que el núcleo y la periferia del cuerpo guardan una relación reciproca con las habilidades de autorregulación y de regulación relacional.

EJEMPLO
Veamos el ejemplo de Mary, cuya postura era muy buena pero cuyo cuerpo estaba constreñido, sobre todo en el cuello, los brazos y los hombros. Llevaba la barbilla y el pecho levantados, pero mostraba escaso movimiento a nivel del cuello. Dejaba caer los brazos extendidos rígidamente a los lados cuando andaba, y tenía la costumbre de cruzar los brazos delante del torso cuando se sentaba. Las piernas eran larguiruchas [finas] y parecían no guardar proporción con el tronco grueso, y las rodillas estaban trabadas [no mostraban la oportuna flexibilidad]. Como consecuencia de ello, sus movimientos eran pesados e indiferenciados, carentes de gracilidad y de fluidez. Cuando movía las extremidades, la columna y el torso permanecían rígidos.

Mary tendía a estabilizarse a través de la tensión y de la rigidez, en lugar de con la ayuda de un cuerpo flexible e integrado con un buen apoyo a través de las piernas. Se quejaba de sentirse como si estuviera “haciendo mecánicamente los movimientos propios de estar viva” [es decir, como si se estuviera moviendo mecánicamente, automáticamente], intercalados con subidas repentinas de la activación de las que le costaba recuperarse. Decía que también tenía periodos de depresión durante los cuales le costaba salir de su habitación.

A través de la evaluación somática, el terapeuta confirmo que los recursos somáticos primarios de Mary eran nucleares: una estructura alineada y el pecho y la barbilla levantados, todo ello acciones “fáciles” para ella y que, según decía, le ayudaban a sentir una sensación de identidad, fuerza y determinación. Su costumbre de cruzar los brazos delante del torso también era un recurso somático, que incluía la periferia de su cuerpo. Los brazos en esta posición, decía, le ayudaban a sentirse segura, siendo un recurso de supervivencia que había necesitado durante los abusos de su niñez.

Sin embargo, Mary trataba de estabilizarse a través de la tensión y de refrenar el movimiento, lo que dificultaba la acción espontánea tanto del núcleo como de la periferia. La vivencia del arraigo [grounding] a través de la experiencia de sentir las piernas y la sujeción que le brindan al cuerpo, le resultaba difícil, como también la posibilidad de utilizar la acción de los brazos y las piernas para poder sentir la capacidad de protegerse a sí misma.

Al comienzo del tratamiento, el terapeuta reconoció la postura alineada de Mary y le ayudó a sentir la alineación más plenamente a fin de averiguar qué podía significar psicológicamente para ella. Fue entonces cuando la paciente refirió que le brindaba una sensación de identidad, determinación y fuerza. Esta intervención, junto con la exploración del hábito de cruzar los brazos como otro recurso o habilidad [destreza] somática, le ayudó a experimentar una sensación de confianza en el cuerpo y creó el marco apropiado [sentó las bases] para abordar los recursos ausentes. Después de reconocer los recursos somáticos ya existentes, durante la primera fase del tratamiento se evaluaron y desarrollaron los recursos somáticos faltantes: las acciones “difíciles” para Mary, incluido el ganar una sensación de tener más “vida” en las piernas (la ausencia de la cual la hacía sentirse desarraigada), y el energizar los brazos a través de hacer movimientos de empujar o apartar (sin lo cual se sentía paralizada y debilitada). Aunque la paciente no estaba familiarizada inicialmente con dichos movimientos, gradualmente éstos se fueron convirtiendo en nuevos recursos. La práctica del tomar conciencia de sus piernas favoreció la sensación de sentirse arraigada, y la práctica de los movimientos de empujar mitigó el subsistema defensivo asociado a la paralización, brindándole una sensación de autoprotección y de tener la capacidad de tomar medidas para defenderse. Además, la paciente comenzó a vivenciar una sensación de movimiento a nivel del núcleo corporal, lo que le ayudó a sentirse menos rígida y más conectada consigo misma.

Las tendencias físicas constituyen “una declaración [manifestación] de… la historia psicobiológica y del funcionamiento psicobiológico actual” (Smith). Cuando la traumatización ha inducido unas creencias negativas respecto de uno mismo, los demás o el mundo, la interrelación armónica entre las zonas nucleares y periféricas del cuerpo suele verse habitualmente sacrificada. Una creencia del tipo de “soy una mala persona” puede accionar las tendencias físicas asociadas a la constricción, los hombros encorvados, la respiración contenida, los músculos del cuello contraídos y los movimientos limitados. Las correspondientes emociones de vergüenza, ansiedad o desesperanza [desaliento, desánimo] exacerban adicionalmente las tendencias físicas. Dichas tendencias físicas, por su parte, refuerzan las distorsiones cognitivas y las emociones de origen traumático y, a su vez, las distorsiones cognitivas y las emociones concomitantes se manifiestan bajo la forma de tendencias físicas que dificultan la integración de la estabilidad nuclear y los movimientos periféricos.

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El trauma y el cuerpo. Un modelo sensoriomotriz de psicoterapia - Pat Ogden · Kekuni Minton · Clare Pain
Traducción de Francisco Campillo Ruiz.​
 
Esto es lo que tenía que decir Gurdjieff sobre la interconexión entre las tendencias físicas, los pensamientos y las emociones:

[quote author=Fragmentos de una Enseñanza Desconocida. P.D. Ouspensky]
Si un hombre fuera capaz de trabajar sobre sí mismo, todo resultaría muy sencillo y las escuelas no resultarían necesarias. Pero no puede hacerlo y las razones de ello están profundamente arraigadas en su naturaleza. Dejaré de lado por el momento su falta de sinceridad consigo mismo, las perpetuas mentiras que se cuenta, etc., y consideraré únicamente la división de los centros. Con eso basta para hacer que el trabajo independiente sobre sí sea imposible para el hombre.

Deben saber que los tres centros principales, el intelectual, el emocional y el motor, se hallan conectados y, en un hombre normal, siempre están trabajando simultáneamente. Esto es lo que representa la principal dificultad para trabajar sobre sí. ¿Qué significa esta simultaneidad? Significa que un determinado trabajo del centro intelectual está relacionado con un determinado trabajo de los centros emocional y motor; es decir, que cierto tipo de pensamiento está conectado inevitablemente a cierto tipo de emoción (o estado mental), y a cierto tipo de movimiento (o postura); y que uno evoca al otro, o sea, que determinado tipo de emoción (o estado mental) evoca determinados movimientos o posturas y de pensamientos concretos, y que un tipo concreto de movimiento o postura evoca cierto tipo de estados mentales o emocionales, y así sucesivamente. Todo está conectado y una cosa no puede existir sin la otra.

(...)

Un hombre será incapaz de cambiar su forma de pensar y su forma de sentir mientras no cambie su repertorio de posturas y movimientos.
[/quote]
 
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